El Año Nuevo es siempre un tiempo de nuevas resoluciones, nuevas decisiones —y por supuesto, de nuevos comienzos—. Por eso nos parece natural abrir este año con una serie llamada «Comienzos». Aquí comentaremos en profundidad la historia primitiva —los primeros 11 capítulos del libro de Génesis—. Como la mayoría de mis lectores probablemente saben, estos capítulos forman una unidad integrada y separada: mientras que a partir de Génesis 12, las Escrituras tratan solo con la nación de Israel, estos primeros capítulos están ocupados con tópicos que afectan a cada uno, no solo a los hebreos. Y todavía hay muchos detalles en estos capítulos que solo se pueden ver en el texto original en hebreo. Por eso, avanzaremos juntos a través de estos capítulos, descubriendo estos tesoros ocultos a lo largo del camino, e intentaremos comprender mejor el plan de Dios para este mundo y para cada uno de nosotros.
El comienzo
El libro de Génesis es nombrado en hebreo según su primera palabra Bereshit, la cual simplemente significa «En el comienzo». Es un libro de «comienzos» o de «orígenes» —del mundo, de la humanidad, del pueblo de Israel—. Y el primer versículo, de hecho, nos dice que fue en el comienzo: «En el comienzo Dios creó el cielo y la tierra».
Muchas personas conocen estas palabras. Algunos incluso las conocen en hebreo: «BERESHÍT bará Elohím et hashamáyim ve’ét ha’áretz». ¿Por qué? ¿Por qué este versículo es tan significativo que algunas veces, incluso las personas que manifiestan no creer en Dios, aún conocen estas palabras?
Siempre he tenido la sensación de que esta única línea —la primera línea de toda la Biblia— es como un conducto secreto conectándonos con los planes de Dios y sus misterios durante todos los tiempos y la eternidad. Si miramos detenidamente a través de este conducto, podemos captar un destello de la impresionante profundidad de sus misterios, desde el comienzo del mundo. Es difícil exagerar la importancia de esta palabra que introduce toda la revelación de Dios a la humanidad, «En el comienzo» —בראשית—.
Hay muchas cosas que podemos decir sobre esta palabra; hay muchos comentarios escritos sobre ella, muchas preguntas que podemos hacer aquí. Y la primera pregunta es: ¿Por qué empieza por Bet, la segunda letra del alfabeto hebreo, y no por Alef, la primera letra? ¿Por qué la primera letra de la Biblia, la que presenta la revelación de Dios a la humanidad, empieza por la letra Bet: בְּרֵאשִׁית? Incluso aunque no entiendas nada de hebreo, probablemente asumirás que esta letra «B» es la segunda letra del alfabeto hebreo. ¿No sería más apropiado empezar el libro de los comienzos por la primera letra? ¿Entonces por qué no Alef?
Los escritos rabínicos ofrecen distintas explicaciones. Según uno de ellos, el Midrash, ya que el valor numérico de Bet es dos, la Torá abre con un mensaje de dos mundos —este mundo y el mundo venidero—. Otro Midrash sugiere que debemos acercarnos a la Torá con la actitud de Bet —reconociendo así un proceso que empezó hace mucho tiempo—. Tenemos que empezar, no como Alef, ignorando todo lo pasado, sino más bien como Bet, preservando y construyendo sobre la antigua tradición de la Torá.
Personalmente prefiero ofrecer otra respuesta a este acertijo: No estamos destinados a saberlo todo. Sí, «no hubo comienzo a su comienzo»[1] —pero «las cosas secretas pertenecen al SEÑOR»—: Dios nunca pretendió revelar todo a la humanidad; Él solo reveló lo suficiente para que nosotros conozcamos y cumplamos su voluntad: «estas cosas que son reveladas, nos pertenecen…, para que podamos cumplir todas las palabras de esta ley».[2]
Por eso Bet en el comienzo, es como una pared separando las cosas que pertenecen al Señor, desde el comienzo de su revelación a nosotros. Sorprendentemente, en el texto original hebreo, esta Bet de la palabra Bereshit es más grande en tamaño que las demás letras: aún cuando en hebreo no hay letras mayúsculas, es como si fuese una letra mayúscula —y desde luego significa el comienzo de las cosas reveladas—.
No puedo omitir otro comentario referente a las primeras dos letras de esta palabra —porque no solo cada letra de la Escrituras, tiene su significado, sino también cada sílaba—. Para nuestra gran sorpresa, podemos ver que el mensaje de Dios a la humanidad —בראשית— empieza por la sílaba בר, que entre y ante todos los otros significados es «hijo». Probablemente has escuchado esta expresión: Bar Mitzvá —aquí tenemos esta misma palabra, bar, que significa «Hijo de los Mandamientos»—. Realmente es una preciosa revelación para quienes creen en el «hijo»: La Palabra de Dios se abre por la palabra «hijo».
¿El espíritu o el viento?
Cuando leemos la Biblia cristiana, encontramos que el Espíritu de Dios estuvo al principio de la creación: «El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas», dice Génesis 1:2. Sin embargo, en muchas traducciones de la Torá, el mismo versículo habla sobre «el viento de Dios barría sobre las aguas». ¿Cuál traducción es la correcta? Probablemente sabes que rúaj en hebreo significa tanto «viento» como «espíritu», pero ¿cómo distinguimos entre los dos significados? ¿Cómo sabemos lo que quiere decir el texto? ¿Es el Espíritu de Dios que se mueve sobre las aguas primordiales, o simplemente un viento que barre las aguas?
Encontramos una respuesta a través del verbo que sigue a la palabra rúaj: merahéfet. Significativamente, este verbo aparece solo una vez más en la Torá —y es al final, en el cántico de Moisés, en Deuteronomio 32—: aquí el amor de Dios hacia Israel se asemeja al inmenso cuidado, amor, y cariño con que el águila revolotea (yirahéf) sobre sus polluelos y los lleva sobre sus alas.
«Él lo guardó como a la niña de sus ojos.
Como a un águila que revolotea sobre su nido,
Se posa sobre sus polluelos,
Expandiendo sus alas, levantándolos…» [3]
Mientras hay una cierta similitud entre espíritu y viento (razón por la que Jesús los compara en el Nuevo Testamento), también hay una profunda diferencia: el viento no puede expresar tierno amor, cuidado y cariño. Un viento sopla desapasionada e indiferentemente —mientras que el Espíritu de Dios, revolotea cuidadosa y amorosamente (yirahéf) sobre su creación—. Este revoloteo amoroso, personal, apasionado que vemos en Deuteronomio 32:11 y en Génesis 1:2 solo puede pertenecer al Espíritu de Dios —no al viento—. Así pues, solamente a través de esta palabra podemos percibir un destello de la maravillosa profundidad del texto original en hebreo.
[1] Shaharit, oración matutina judía.
[2] Deuteronomio 29:29.
[3] Deuteronomio 32:11.
Los extractos que puedes leer en estas páginas, son típicos de lo que compartimos con nuestros estudiantes durante las clases DHB (Discovering the Hebrew Bible – Descubriendo la Biblia Hebrea) o de WTP (Weekly Torah Portions – Porción Semanal de la Torá). Si estos artículos te han abierto el apetito por descubrir los tesoros ocultos de la Biblia Hebrea, o estudiar en profundidad la Parashát Shavúa junto con percepciones del Nuevo Testamento, estaré muy feliz en proporcionarte más información (y también un descuento del maestro para nuevos estudiantes) respecto a los cursos de eTeacher[1] (juliab@eteachergroup.com) .
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[1] Por el momento ofrecemos el curso WTP en inglés, mientras que el curso DHB existe tanto en español como en portugués.
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