Estimados lectores, pensé que ya estábamos preparados para entrar en el tercer capítulo de Génesis —pero creo que todavía hay muchos matices asombrosos que se pueden obtener del Capítulo 2 que aún no hemos discutido—. Por lo tanto, hoy seguiremos con este increíble capítulo (confiando en poder llegar al Capítulo 3 la próxima semana). Una vez más, las historias de la creación nos muestran muchísimas cosas importantes sobre el diseño de Dios y su intención para nuestras vidas; simplemente observando de cerca las palabras hebreas que describen la creación del hombre y la mujer, nos podemos enriquecer enormemente —y, por lo tanto, no vamos a perdernos esas riquezas—. Estos primeros capítulos verdaderamente no tienen fondo, y desde luego, no podríamos comentarlos todos aquí, pero hay algunos detalles fascinantes que quiero compartir con ustedes.
Entre las Escrituras y la etimología
Las primeras palabras de Adám, pronunciadas justo después de que su mujer fuese creada, no solo le dieron un nombre a ella, sino que también explican una conexión entre sus nombres: «Esta será llamada Mujer (Ishá) porque del Hombre (Ish) fue tomada». Estas palabras en hebreo —ish e ishá— suenan tan relacionadas, como si la misma palabra ishá insinuara sus orígenes dentro de ish —como si las dos procediesen de la misma raíz—. Y durante siglos, los comentaristas judíos no dudaron de esta conexión: parece tan obvio y tan convincente. Maimónides, en su Guía para los Perplejos, escribe: «La unidad de los dos se comprueba por el hecho de que ambos tienen el mismo nombre, porque a ella se le llama ishá (mujer), porque fue tomada del ish (hombre)».[1] Según Rashi, es precisamente por este versículo —de esta clara conexión entre ish e ishá— que sabemos que el mundo fue creado en hebreo.
Sin embargo, hoy en día, la opinión de algunos eruditos es completamente distinta. Casi todos los lingüistas modernos dicen que las palabras «hombre», ישא (ish) y «mujer», אשה (ishá) de hecho no están relacionadas etimológicamente. Ish viene de la raíz אוש, que indica «fuerza», mientras que la palabra ishá viene de la raíz אנש, que significa «débil» o «frágil». Aunque encontremos difícil de creerlo, ya que suenan casi idénticas, la etimología moderna afirma que es una conexión de raíz falsa.
¿Una conexión de raíz falsa? Aún así, en las Escrituras Adám nunca es llamado ish hasta que ishá es separada de él: Ya conocemos que la palabra adám es un término neutro que significa «humano» —y en el texto hebreo original, todas las referencias a adám son desde luego neutrales hasta que Dios forma a una mujer separándola de un hombre—. Solo en este punto Adám es llamado ish, «un hombre» —como si un hombre y una mujer no pudiesen ser definidos el uno sin el otro—. Este es un excelente ejemplo de lo que puede suceder en hebreo, donde el significado de las palabras debería o no debería superponerse con la etimología. Aún así, generalmente debemos tener cuidado con similitudes «obvias» en hebreo, algunas veces conexiones de raíces etimológicamente falsas podrían realmente expresar la lógica bíblica esencial.
Adám y adamá
Otra conexión sorprendente que encontramos en este capítulo es la conexión entre Adám y adamá —el terreno, la tierra, el suelo—. Ya comentamos respecto a esto cuando hablamos sobre el nombre de Adám; mientras que esta conexión se pierde completamente en la traducción, en hebreo, justamente sobresale, acabamos de escuchar la palabra adamá en la palabra adám. Probablemente recordarán las diferentes explicaciones que compartí con ustedes —y un hermoso comentario midrashic en particular—: el hombre (Adám) y la tierra o el terreno (adamá) comparten nombre porque ambos fueron creados en un estado básico, requiriendo cultivo para alcanzar su gran potencial, —para dar fruto—. Esta explicación incluso da un mayor sentido al segundo relato: Mientras que en el primer relato, la conexión entre estas dos palabras es simplemente fonética, el segundo capítulo hace esta conexión semántica. Sigamos el segundo relato y veremos que aquí, efectivamente, es absolutamente visible, casi tangible.
El jardín del Edén es plantado en Génesis 2:8; aquí, en este relato, solo es después que escuchamos sobre la creación de las plantas y los animales. Solamente hay dos creaciones que se describen en este capítulo antes de que el jardín sea mencionado por primera vez: adamá y adám. Aquí vemos claramente que, como la tierra necesita al hombre para que la cuide —no hubo plantas creciendo en la tierra porque «no hubo hombre (adám) para trabajar el suelo (adamá)»—[2] por eso el hombre necesita a Dios para llegar a ser un alma viviente: «Y el Señor Dios formó al hombre (adám) del polvo del suelo (adamá) y sopló en sus narices el aliento de vida; y el hombre se volvió un ser viviente».[3]
Y entonces, si habíamos tenido alguna duda respecto a esta conexión anterior, ya no la tendremos más: ambos versículos —Génesis 2:5 y Génesis 2:7— ponen ambas palabras en la misma oración. En el Capítulo 3, esta conexión será todavía más evidente —pero lo comentaremos en un futuro artículo—.
Trabajar significa adorar
En este capítulo hay otro detalle mucho más fascinante: se nos dijo que Adám fue puesto en el jardín del Edén para «trabajar» עֲבֹדָה (avodá) y como «guardián» שמרה (shomrá). Aquí la palabra avodá es muy interesante. Mientras que en hebreo hay muchas palabras diferentes que comunican la idea de adoración, avodá es uno de los términos más importantes utilizado en el hebreo bíblico (incluso hoy en día) para el servicio y la adoración de Dios —y aquí denota cultivar el suelo—. Tan difícil como imaginarlo hoy en día, parece que para Adám, trabajar y adorar a Dios significó lo mismo. Una vez más, esto se pierde por completo en la traducción: trabajar y adorar son palabras completamente diferentes en español —y supongo que en cualquier otro idioma—. Pero originalmente no fue así —y ¿pueden imaginar cuán inmensamente importante fue para el plan original de Dios?— Desde luego, no es solo la palabra que difiere de nuestra percepción actual —fue una existencia completamente distinta, una dimensión completamente diferente de nuestra unión con Dios—. Nuestro amor por Él, nuestra conexión con Él, nuestra permanencia en Él, todos están destinados a ser —y desde luego lo fue entonces— tan fuerte que, a medida que vivimos nuestra vida y hacemos lo que estamos destinados a hacer, adoramos a Dios simplemente al hacerlo.
[1] Maimonides, Guide for the Perplexed, book 2 section 24.
[2] Génesis 2:5.
[3] Génesis 2:7.
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