UNA LECCIÓN DE SEMIÓTICA
Ya sabemos que “el público de Jesús no estaba solo en la escena judía”.[1] Durante las últimas semanas, hemos intentado entender las ideas y conceptos que existían en esta escena en aquel tiempo —para ser capaces de leer los textos del Nuevo Testamento a través de los ojos de los judíos del Segundo Templo—. ¿Por qué queremos hacer esto?
Muchos años atrás, mientras estudiaba en la Universidad Tartu de Estonia, participé en las conferencias sobre el entonces popular y al mismo tiempo infame tema de semiótica. Sucedió que recordé la primera clase con perfecta claridad. El conferencista, el profesor de renombre mundial, Yuri Lotman, comenzó dibujando dos círculos en la pizarra. “Este es el emisor del mensaje y este es el receptor”, dijo. “En la comprensión de la semiótica, el texto” —entonces él dibujó una línea en zig-zag uniendo los dos puntos— “la comunicación es llevada de un emisor a un receptor”, es decir, no solo el texto en el estricto sentido de la palabra, sino también cualquier fenómeno cultural podría ser referido como “texto”. (Esta es la manera en que lo entendí; no recomiendo utilizar esta descripción como una definición académica). El texto enviado no debe ser recibido solamente, sino también leído —decodificado o descifrado, por así decirlo—. Naturalmente, en algún lugar a lo largo de este camino, es posible que ocurran distorsiones o descifrados incorrectos. El destinatario del texto puede comprender completamente o no, lo que el mensajero-remitente quizo comunicar. Una de las tareas de un historiador cultural es descifrar fielmente los “textos” de siglos pasados, para que puedan ser leídos con el significado exacto que sus autores quisieron adjudicarles.
En este sentido, uno de los ejemplos más sorprendentes de la enorme disparidad entre la comprensión moderna y lo que el lector original hubiese entendido en los mismos textos, es el tema —e incluso el mismo término—de “Hijo del Hombre”. Hijo del Hombre es el título principal de Jesús en los Evangelios (especialmente en Marcos y Lucas) —y el hecho de que la expresión nunca se aplica a Jesús por otra persona como un título o nombramiento y siempre está adjudicado por los evangelistas en Sus propios labios —es un hecho muy remarcable y significativo—. ¿Qué quería decir Jesús y a qué aludía Él, cuando Él mismo se llamó “el Hijo del Hombre”? Hablando en el lenguaje de la semiótica, ¿qué envió el remitente que nosotros no fuimos capaces de “descifrar” y entender?
En la interpretación tradicional cristiana de hoy, la expresión “Hijo del Hombre” designa la naturaleza humana de Jesús. Para la inmensa mayoría de cristianos, Jesús se llamó a Sí mismo Hijo del Hombre porque Él no fue completamente divino, Él fue completamente humano, Él quiso articular este mensaje. Muchas veces, me he sorprendido al descubrir que incluso aquellos que poseen algún conocimiento del judaísmo del Segundo Templo, todavía se adhieren a esta opinión. De hecho, lo contrario es verdad —e intentaré demostrarlo en este y en los siguientes artículos—.
El mismo libro fascinante sobre el que comentamos el mes pasado —el Libro de Enoc— será de nuevo un recurso muy valioso en este caso. En nuestro comentario anterior, hablamos sobre el Libro de los Vigilantes, la primera parte del libro de Enoc. Para propósitos de nuestro estudio actual, leeremos el segundo sub-libro del libro de Enoc, conocido como las “Similitudes” (o Parábolas) de Enoc. Este texto, que según una opinión académica, fue escrito durante el primer siglo d.C., no está conectado con los Evangelios de ninguna forma directa, y por eso muestra completa independencia de “que allí hubo otros judíos palestinos que esperaron a un Redentor conocido como el Hijo del Hombre, que sería una figura divina encarnada en un humano exaltado”.[2] ¿Cómo empezó esta expectativa? Permíteme decir unas pocas palabras sobre el predecesor y precursor del Hijo del Hombre de Enoc —y también del Nuevo Testamento—.
EL SALVADOR TRASCENDENTAL
Las Escrituras hebreas enseñaron el concepto de Dios reinando visible y tangiblemente en la historia de Su pueblo. Un rey era el ungido de Dios. Si el rey era justo, Dios bendeciría al pueblo, y esta bendición, al igual que el reino en sí, sería una realidad terrenal muy tangible. Sin embargo, ¿qué sucedía si el rey no era justo? Alguien tenía que remediar los errores perpetrados por un rey gobernando injustamente. Por lo tanto, dentro de la historia actual, la visión de un “ungido por venir” comenzó a surgir —un futuro salvador trascendental—. Cuanto peor se volvió la situación histórica actual, más fuerte surgió la esperanza del orden inverso que este salvador traería. Así pues, el género del Apocalipsis nació. En Apocalipsis, los textos bíblicos originales sobre “los ungidos” fueron colocados en un marco escatológico, y por lo tanto, transformados en textos mesiánicos escatológicos. Consecuentemente, este género vino a ser central en el proceso de volver a pensar y en la reinterpretación de la Biblia en el periodo del Segundo Templo.
A la cabeza de esta mentalidad apocalíptica, estuvo el libro bíblico de Daniel (Apocalipsis), con la famosa visión de Daniel de “uno parecido al Hijo del Hombre” en el capítulo 7. Este capítulo describe una visión en la cual el profeta ve cuatro bestias grandes saliendo del mar, cada una diferente de las otras. El “Anciano de Días” aparece en esta visión en toda Su gloria. Entonces, después de que la cuarta bestia sea destruida, aparece en escena “uno parecido al Hijo del Hombre” quien es transportado en las nubes delante del Concilio celestial de Dios donde permanece ante la presencia divina: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días…Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”.[3]
El Apocalipsis de Daniel nos da un nuevo paradigma para las expectactivas mesiánicas, bastante diferente de las de David. Así pues, el Apocalipsis de Daniel marca claramente el final del periodo orientado bíblicamente, y al mismo tiempo, permanece como el principio de un nuevo periodo apocalíptico, con un punto de vista totalmente nuevo de la historia y un nuevo paradigma mesiánico. En “El Hijo del Hombre” de Daniel, comienza un concepto totalmente nuevo de la participación de Dios en la vida terrenal: el representante de Dios viene a ser el “trascendental”. “El que es “parecido al Hijo del Hombre” que viene en las nubes del cielo en Daniel 7:13,dio fuerza a una clase diferente de expectativa mesiánica, la cual enfatizaba el carácter celestial, trascendente, de la figura salvadora”.[4] En los siglos siguientes, esta clase trascendente de libertador celestial, jugará un rol muy importante en la escatología judía. La próxima vez, veremos que las “Similitudes” usa constantemente el término “Hijo del Hombre” —refiriéndose a una figura divina-humana del tiempo final del Salvador y a veces sonando casi “cristiano”—.
En este artículo están incluidos extractos de mis libros (y muchos otros post aquí), por eso, si te gustan mis artículos en este blog, puede que también te gusten mis libros, puedes obtenerlos a través de mi página: https://blog.israelbiblicalstudies.com/julia-blum/
[1] Boyarin, Daniel. The Jewish Gospels (Kindle Locations 1134-1139). The New Press. Kindle Edition.
[2] Boyarin, Daniel. The Jewish Gospels (Kindle Locations 1134-1139). The New Press. Kindle Edition.
[3] Daniel 7:13,14
[4] John J. Collins. The Scepter and the Star: the Messiah of the Dead Sea Scrolls and other ancient literature (The Anchor Bible reference library, 1995), p.175
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