UN VIAJE SORPRENDENTE
Hace algunos años comencé a escribir un libro sobre Isaac e Ismael —comencé de mala gana, respondiendo a la solicitud de alguien, sin estar convencida de que yo fuese la persona adecuada para hacerlo—. Existen muchas personas, pensaba, que estarían mucho mejor calificadas para escribir sobre Isaac e Ismael y sobre el pueblo árabe. Por otra parte, estaba muy consciente de la afirmación de que los árabes modernos no eran descendientes de Ismael. Me preguntaba qué hacer —¿debería escribir este libro sobre los personajes bíblicos: Isaac e Ismael? ¿Debería escribir este libro sobre los judíos y los árabes? En fin, ¿debería escribir este libro?—
Sabía muy poco respecto al viaje que emprendería: el viaje por descubrir las bases bíblicas y la explicación espiritual de los hechos empíricos. Tenemos dos pueblos diferentes: árabes y judíos; tenemos la evidencia de su cercanía y similitudes en muchas formas —desde su leguaje hasta su ADN—. Pero desafortunadamente, también tenemos infinitas tensiones y conflictos entre ellos. A parte de lo que algunos científicos dicen, ¿no crees que hay una historia bíblica y una realidad espiritual más allá de esta complicada realidad visible? Este viaje ha sido sorprendente —la mano de Dios y Su guía ha sido evidente durante el trayecto— y mi corazón no solo ha sido tocado profundamente, sino que mi forma de pensar también ha sido hondamente sacudida por lo que he descubierto en las páginas de las Escrituras.
Gran parte de mi descubrimiento está basado en las ideas hebreas de los capítulos 16-21 de Génesis; otra parte llegó a través del PARDES —el método de exégesis judío que proporciona una estructura para el libro—. Muchos de mis lectores no están familiarizados con el PARDES; tampoco leen las Escrituras en hebreo, por eso me gustaría compartir algunos de mis descubrimientos en estas páginas.
PARDES
En la exégesis judía, el método PARDES describe cuatro niveles diferentes de interpretación bíblica. El término PaRDeS es un acrónimo formado por las iniciales de estos cuatro niveles, los cuales son:
Peshat (פְּשָׁט) – «plano” y “recto” o el significado directo y literal de las Escrituras;
Remez (רֶמֶז) – “pistas”, o el significado profundo y simbólico, más allá del sentido literal;
Derash (דְּרַשׁ) – “investigar” y “buscar”, o el significado comparativo: un significado más profundo obtenido de un pasaje al comparar sus palabras y contenido con pasajes similares en otras partes;
Sod (סוֹד) – “secreto” y “misterio”, o el significado de las Escrituras revelado por inspiración o revelación.
En otras palabras, Peshat significa la interpretación literal; Remez es el significado no-literal o alegórico; Derash representa el significado amplificado de la aplicación de la vida; mientras que Sod representa el significado secreto, oculto del texto.
UNA SORPRENDETE PROMESA
La historia de Ismael empieza en Génesis 16, pero comenzaremos nuestro estudio desde Génesis 15, ya que la conversación con Dios que abre este capítulo, es crucial para comprender la decisión de Abram en el siguiente capítulo.
En Génesis 15, somos testigos de una sorprendente conversación: Por primera y única vez, Abram expresa su pesar al Señor. No sabemos si fue una decisión hecha conscientemente de ante mano o si él simplemente no pudo contener su decepción. Lo que sabemos es que cuando Dios le dice a Abram: “Tu recompensa es extremadamente grande”, en lugar de una humilde y mansa gratitud, le escuchamos una queja con resentimiento: “Señor Dios, ¿qué me darás? Si estoy sin hijos”. Así es como se lee en la traducción del inglés. En hebreo, sin embargo, es incluso peor: “Anohi oleh ariri!”. Sí, la palabra ariri (cuando se deletrea con ayin) significa “sin hijos” —pero también tiene la connotación de “solitario, abandonado, olvidado”—. Además, esta palabra suena muy cercana a la raíz “maldito” (deletreada con alef),que la amargura de esta declaración es verdaderamente abrumadora: Estoy maldito por no tener hijos y tú me hablas de recompensa. “Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?”[1]
Todos podemos entender el dolor de Abram: ha estado esperando durante mucho tiempo. Sin embargo, debes leer en hebreo para poder comprender algo más —constantemente le ha sido recordado este dolor por ironía de su nombre: אברם, Av-Ram, “padre grandioso”—. Ha llevado consigo este nombre durante ochenta y cinco años, aún así todavía no tiene hijos. Realmente está dolido, y por eso es que se queja dos veces, como si quisiera dejar claro que su dolor y decepción se transmite claramente al Señor. El tercer versículo del capítulo 15 simplemente reitera el segundo, con el mismo resentimiento y casi la misma actitud amarga: “Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa”.[2]
Y ahora la conversación viene a ser verdaderamente innovadora, porque Abram aprende, por primera vez, que a Dios no solo le importa su obediencia, sino también su dolor. No hay mayor revelación del amor de Dios que darse cuenta de que cuando lloramos, Él también llora. Creo que este fue justo el momento de Abram, porque después de su amarga queja, en lugar de la esperada reprimenda y reproche, Dios le lleva afuera y le dice: “Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas”. En hebreo, esta frase הַבֶּט־נָא הַשָּׁמַיְמָה (hebet-nah hashamaymah) incluye una palabra interesante –נָא(na)– la partícula hebrea de la súplica: ¡Por favor, te lo pido! Esta partícula es típicamente utilizada para marcar una forma muy educada de hablar o una solicitud emocional, y normalmente, es la gente quien dice “na” a Dios, no al revés. (Un ejemplo famoso es la palabra הושיעה נא (hoshi’a na) en el Salmo 118:25, de donde viene Hosanna). Aquí, sin embargo, somos testigos de algo verdaderamente único: Dios mismo dice “na” a Abram —y mediante esta pequeña palabra, completamente perdida en la traducción, podemos ver con cuanto cuidado, amor y ternura Dios habla a Abram, incluso ahora, después de su amarga y dolorosa queja—. Y entonces Abram escucha estas maravillosas palabras: “No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará…”[3]
Probablemente, en este punto, Abram empieza a sollozar. Él ha estado esperando por mucho tiempo. Tiene ochenta y cinco años y todavía sin hijos. Pero ahora aprende que después de todo, él tendrá un hijo propio. No solo una multitud de descendientes en un futuro nebuloso, sino su propio hijo, de su propio cuerpo, a quien será capaz de sostener con sus propias manos. Esto es algo que Abram de Génesis 13, aunque asegurado por la promesa de Dios respecto a su descendencia y el polvo de la tierra, todavía no sabía —y es este conocimiento lo que hizo a Abram increíblemente feliz—.
Pero hay algo que este hombre, sobrecogido por la gracia del Señor en el esplendor de la noche estrellada, todavía no sabe: Estaba feliz al saber que iba a tener un hijo a una edad no demasiado joven, pero todavía no tiene ni idea de que va a tener dos hijos, y de que su inmenso deseo de ser padre, su amor por esos dos hijos, y la inevitable dinámica familiar resultante, todo dentro del contexto del plan de Dios, dará forma al curso de la historia humana.
Continuará…
Los extractos de mi libro “Abraham had two sons” están incluidos en este artículo, así que si te gustó este artículo, podrías también disfrutar del libro. Da clic aquí para obtener una muestra gratis: https://blog.israelbiblicalstudies.com/julia-blum/
[1] Génesis 15:2
[2] Génesis 15:3
[3] Génesis 15:4
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