DOS MACHOS CABRÍOS
Nos acercamos al día más sagrado del calendario bíblico —Yom Kippur—. El ritual solemne de este día en los tiempos bíblicos se describe en Levítico 16, y como escribió Charles Feinberg, “…ninguna verdad más significativa podría cautivar la mente del creyente como aquellas expuestas en este capítulo de Levítico. Todos admiten que Levítico 16 es uno de los picos más altos de las Escrituras. El día de la expiación era el día más importante en el sistema mosaico, porque ese día, la eliminación del pecado recibía su máxima expresión”.[1]
Demos una mirada al ritual mismo:[2] El día de la expiación era el único día en que el Sumo Sacerdote entraba en el Lugar Santísimo. Habían dos sacrificios de pecado ese día. Primero, después de repetidos baños y lavados, el Sumo Sacerdote cambiaba sus vestiduras normales de gloria y hermosura por simples vestidos de lino prescritos para esta ocasión[3] y bajaba al patio interior donde le esperaba su propia ofrenda de expiación, un becerro. Luego el Sumo Sacerdote se volvía a la ofrenda por el pecado del pueblo.[4] Dos machos cabríos idénticos le eran llevados, colocándolos él mismo en la parte norte del altar y a plena vista de los fieles que atendían en el patio exterior, uno de los machos cabríos era puesto en su mano derecha y el otro en su mano izquierda. Dos pequeñas tablillas de oro se ponían dentro de una urna en una de las cuales estaba escrito la palabra “la-Jehovah” (para el Señor) y en la otra, la misteriosa palabra “la-Azazel” (para Azazel). La urna era sacudida, y el Sumo Sacerdote introducía ambas manos al mismo tiempo, echando suerte en cada mano y colocando una tablilla en su mano derecha sobre la cabeza del macho cabrío a su derecha, y otra en su mano izquierda sobre la cabeza del macho cabrío a su izquierda. Una cinta carmesí estaba ataba alrededor de la cabeza sobre la que había caído la suerte para Azazel. La mitad de la cinta se quitaría antes de que el animal fuese enviado lejos, y sería atada en la puerta del santuario.
Después de que la suerte de los dos machos cabríos había sido decidida, el Sumo Sacerdote sacrificaba al macho cabrío de la ofrenda por el pecado del pueblo, sobre el cual la suerte cayó “para el Señor”, entraba en el Lugar Santísimo y lo rociaba con su sangre, una vez hacia arriba y siete veces hacia abajo de manera que cayese delante del trono de gracia. Después de que la expiación había sido hecha con la sangre del macho cabrío “para el Señor”, el Sumo Sacerdote se dirigía al macho cabrío “para Azazel”. “Y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto.”[5] El macho cabrío tenía que ser llevado lejos por un hombre designado a un lugar señalado llamado “desierto”, (había una distancia a ese lugar de cinco días de viaje sabáticos). Diversas precauciones eran tomadas para asegurarse de que el macho cabrío fuese llevado allá y no regresara nunca. A intervalos iguales a lo largo del camino, desde el Monte de los Olivos, hasta el lugar indicado, se establecían 10 estaciones. Después de que el hombre y el macho cabrío alcanzaran la décima estación, el hombre empujaba al macho cabrío desde un precipicio para que cayera y muriese.
Entre tanto, el Sumo Sacerdote esperaba en el Templo la señal de que el sacrificio había sido completado. La Mishná nos dice que una vez que el macho cabrío había muerto, la cinta carmesí atada a la puerta del santuario, se volvía blanca simbolizando la promesa de Isaías:
“Si vuestros pecados fueren como la grana,
como la nieve serán emblanquecidos;
si fueren rojos como el carmesí,
vendrán a ser como blanca lana”.
LA CITA PECULIAR
Ofrendas por el pecado y la culpa eran comunes en el antiguo Israel, pero esta ceremonia era absolutamente única. Por eso, este capítulo, y en particular su ritual concerniente al macho cabrío “para Azazel”, ha cautivado siempre la mente de los intérpretes, tanto cristianos como judíos por igual. “Esta ceremonia, la cual se describe en su totalidad, nunca ha sido mencionada otra vez en el Antiguo Testamento… De hecho, no tiene paralelismo en la legislación mosaica o en el mundo pagano. Es única, muy singular e impresionante… Pero el significado exacto de este ritual era y continúa siendo una de las cuestiones más complejas».[6]
Incluso hoy en día, la imagen del chivo expiatorio es tema de mucho debate y discusión entre los comentaristas mucho más instruidos que yo, por lo tanto, no voy a ofrecer mi opinión aquí por lo difícil y delicado del tema.[7] Sin embargo, me gustaría compartir con ustedes una cita muy peculiar del Talmud,[8] en referencia a los últimos cuarenta años anteriores a la destrucción del Segundo Templo (iniciando desde el año 30 d.C.). “Durante los cuarenta años anteriores a la destrucción del Segundo Templo, la suerte para Dios no llegaba del todo a la mano derecha del Sumo Sacerdote. Igualmente, la cinta carmesí de lana que estaba atada en la cabeza del macho cabrío que era enviado a Azazel, no se volvió blanca, y la lámpara más oeste del candelabro tampoco ardió continuamente. Y las puertas del santuario se abrieron por sí solas como una señal de que pronto serían abiertas por los enemigos”.[9]
Tal como Dorothy Healy escribe, “teniendo un lugar en el Talmud, indica que el conocimiento de estos eventos fue ampliamente aceptado por la comunidad judía”.[10] Como está mencionado previamente, el ritual descrito aquí fue observado en el periodo del Segundo Templo y la cita del Talmud muestra claramente que algo había cambiado fundamentalmente en este ritual de Yom Kippur después del 30 d.C., y que la comunidad judía fue consciente de este cambio.
LA CONFESIÓN DE JUDÁ
Durante el mes de Elul, antes de Yom Kippur, los judíos recitan oraciones especiales que se llaman Selichot —oraciones de confesión y arrepentimiento—. Como comenzamos nuestro periodo de Selichot, decimos: מַה־נֹּאמַר֙ מַה־נְּדַבֵּ֖ר וּמַה־נִּצְטַדָּ֑ק —¿Qué podemos decir a mi señor? ¿Qué podemos hablar? ¿Y cómo podemos justificarnos?— Sorprendentemente encontramos exactamente las mismas palabras en Génesis 44, cuando Judá habla con José después del presunto “crimen” de Benjamín con la copa robada. ¿Qué podemos aprender aquí?
Sabemos que Benjamín no era culpable de ese crimen y tampoco sus hermanos —ellos no robaron la copa—. Aún así, Judá comienza su discurso con estas palabras: “¿Qué podemos decir a mi señor? ¿Qué podemos hablar? ¿Y cómo podemos justificarnos? Dios ha descubierto la iniquidad de tus siervos”. ¡Qué sorprendente declaración! Como si realmente, durante mucho tiempo, hubieran ocultado su crimen, pero Dios descubrió su pecado y lo clavó en ellos.
En ese momento, los hermanos ciertamente comprendieron que lo que estaba sucediendo era entre ellos y Dios. No tenían razón ni modo de justificarse. El Espíritu de Dios, quien estaba trabajando detrás de toda esta escena, estaba tocando sus corazones y Él mismo dirigía el diálogo entre ellos. No eran culpables de aquel crimen en particular pero ellos aceptaron la convicción y el castigo ante Quien hace mucho tiempo habían pecado tan terriblemente.
Esta debería ser nuestra actitud cuando venimos ante el Señor con nuestras oraciones de confesión: Incluso si anteriormente nos encontramos inocentes respecto a algunos pecados, cuando permanecemos delante de Dios y él abre nuestros corazones con los rayos de Su luz. Él trae cosas a la superficie y la confesión viene a ser profunda y sincera. Por eso es que las palabras de Judá, que abren una de las historias de confesión más hermosas, se hicieron parte de las oraciones de Selichot.
GMAR CHATIMA TOVA ! – גמר חתימה טובה! – ¡Que seas inscrito (en el Libro de la Vida) por Dios!
[1] Charles L. Feinberg, The Scapegoat of Leviticus Sixteen, p.320
[2] El ritual descrito aquí era practicado en el periodo del Segundo Templo, pero probablemente, era observado de la misma manera en el ritual del Tabernáculo.
[3] Levítico 16:4
[4] Levítico 16:5-10
[5] Levítico 16:20-22
[6] Charles L. Feinberg, The Scapegoat of Leviticus Sixteen, , p.321
[7] Esta opinión es expresada en la última parte de mi libro “Abraham had two sons”—la parte que se llama “Sod” (Misterio)—.
[8] Estoy muy agradecida con mi querida amiga Dorothy Healy quien atrajo mi atención a este pasaje.
[9] Talmud Babilónico, Yoma 39b:5-6
[10] Dorothy Healy, “Bread of Life Torah Studies”, Lev.16-18
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