Lucas 24:27 «Y empezando desde Moisés y todos los profetas, les mostraba las Escrituras y todas las cosas concernientes a Él«.
Por lo tanto, Yeshúa[1] les condujo a través de las Escrituras y «les explicó lo que se refería a Él«. Tenemos que entender, sin embargo, que estas cosas no trataban solo de Él –eran las Escrituras, la historia de Israel, y en ese sentido, era su propia historia–. Él les estaba relatando su propia historia –y por primera vez lo vieron tal como Él lo veía, a través de sus ojos–. Habían estado leyendo esas Escrituras toda su vida, pero ellos nunca lo habían visto de esa forma anteriormente. Ellos nunca lo habían visto a Él en estas Escrituras antes.
Tal vez, incluso hoy en día, en la era de las cámaras digitales, alguno de ustedes recuerde cómo ordinariamente se revelaban las fotografías no digitales en un pasado no muy lejano. La película se colocaba en una solución especial –el revelador– y un tiempo después aparecía la fotografía. En un primer momento, aparecían los contornos y después los finos detalles de la imagen, algo más tarde, emergía la fotografía por completo. De hecho, este era el propósito del revelador: hacer visible la imagen latente.
Para mí, todo este proceso, siempre me ha parecido como una especie de misterio, algo como un proceso casi místico. Parece totalmente increíble que, por una parte la imagen ya está ahí –existe ya por completo, perfectamente impresa en la película, el complejo proceso químico no cambia en nada la imagen y tampoco añade– simplemente la revela, la coloca en la pantalla, revela lo que ya estaba ahí. Sin embargo, por otro lado, aunque solo este paso nos separe de ver lo que está impreso en la película, sin este paso, sin desarrollar la película, nunca descubriríamos lo que está impreso en ella; hasta que el revelador haga su tarea, la imagen latente permanece invisible.
Las personas a menudo se sorprende de cómo es posible leer las Escrituras y no ver allí a Yeshúa. Piense en el Apóstol Pablo –Rabino Saúl– quien, como sabemos, estudió la Torá y las Escrituras toda su vida –pero hasta que estas Escrituras le fueron “reveladas”, él no vio que Yeshua estuviera allí–. Supongo que para la mayoría de mis lectores, es perfectamente obvio cuán ridículo es que un anacronismo sea la idea tradicional de la conversión de Pablo del judaísmo al cristianismo que es algo parecido a esto: ‘Había una vez, un buen pero iluso judío que celosamente leía y trataba de cumplir con la Torá, pero mientras tanto no tenía relación en manera alguna con el Dios Vivo. Entonces, de repente, al encontrarse con Jesús en el camino de Damasco, él lo entendió todo e hizo una ruptura decisiva con Israel y la Torá, cambió sus puntos de vista y se convirtió en una persona normal y un excelente cristiano (ortodoxo, católico, pentecostal, depende de la denominación propia de cada uno)’. Desde luego, esta imagen no se sostiene ya sea bíblica, ni histórica, ni crítica. Saúl no podía haberse convertido en cristiano en el sentido que lo entendemos hoy, sino por otra razón que en el momento en que se encontró con Yeshua, tal palabra ni siquiera existía (la primera vez que aparece este término es en Hechos 11:26). Sin embargo, está fuera de duda que después de ese encuentro con Yeshúa, se produjo un cambio, no solo en su corazón, sino también en la mente de este fariseo. ¿Alguna vez ha pensado en lo que pasó en el interior de Saúl durante esos tres días que pasó, conmocionado y ciego, en ayuno y oración en Damasco en la calle Derecha, antes de que le fuese enviado Ananías? ¿Qué le dio para pensar durante su inmovilidad impuesta, mientras repensaba –enderezando– su vida y sus convicciones, sin la habilidad física de leer, y por lo tanto, mentalmente pasando páginas a través de las Escrituras con las que él se había alimentado?
Meditemos juntos en esta situación: Pablo no tenía ningún texto nuevo, ningún rollo del Nuevo Testamento le cayó del cielo –eran las mismas Escrituras, los mismos textos del Tanáj, que él había leído durante toda su vida– era simplemente el principio del “revelado”, para ser visto, entendido y leído bajo una completa y nueva luz. Ellas habían sido su vida, el sentido y fundamento de su existencia, pero ahora, para su increíble desconcierto Aquel que, tres días antes había sido su perfecto confidente, no estaba ahí, simplemente no podía estar ahí, iba apareciendo en las páginas –revelándose en su interior–. Con su nueva visión increíble, Saúl debió darse cuenta de que en algún lugar, él había estado equivocado, que el mismo Yeshúa, a quien había considerado un engañador y seductor, el que, en su opinión, todo el Tanáj dio testimonio en contra, era en efecto el Mesías verdadero. No solo hizo su vida, su muerte y enseñanzas no contradecían la Torá, sino que al contrario, le revelaban el verdadero significado de esas Escrituras –»diciendo no otras cosas que aquello que los profetas y Moisés dijeron»–.[2] Una vez que las Escrituras se “revelaron”, aparecieron allí, ante la visión interna del sorprendido Pablo, Aquel a quien él había esperado ver allí, Aquel a quien él pensó que conocía con certeza, no podía y no debía estar allí, pero Quien de hecho había estado allí desde el principio.
Ahora podemos entender mejor lo que sucedió a los discípulos en el camino de Emaús de nuestra historia. El mismo Tanáj, las mismas Escrituras que habían leído toda su vida, estaban siendo “reveladas” con su revelación –visto, entendido y leído a la luz de una nueva visión interna–. Y una vez que los había llevado a través de las Escrituras, una vez que las Escrituras fueron “reveladas”, Aquel que había estado allí desde el principio, se presentó ante su visión interna. Mientras sus ojos físicos todavía estaban restringidos, sus ojos internos, sus ojos de la fe estaban siendo abiertos y era solo cuestión de tiempo (y sincronización) antes de que sus ojos físicos fuesen completamente abiertos (hablaremos más adelante sobre la sincronización: por qué sus ojos fueron abiertos cuando Yeshúa partió el pan).
Hablamos sobre las llaves… Este es el capítulo de transición desde los Evangelios a Los Hechos, y no tengo duda alguna de que Lucas para nosotros significa ver todo su Evangelio a la luz del trasfondo de este capítulo y de desbloquear los misterios de este Evangelio –el misterio del Mesías Oculto– con las llaves que él nos da en su último capítulo. Por lo tanto, aquí está nuestra LLAVE NÚMERO DOS: Se necesita a Dios para volver a contar la historia. Se necesita a Dios para hacer visible la imagen latente. En el relato de Emaús, somos testigos de este increíble y misterioso proceso de revelación, en las Escrituras, de Aquél que ha estado allí todo el tiempo –pero que hasta ahora simplemente ha estado invisible–.
[1] A partir de ahora, vamos a utilizar el nombre hebreo de Yeshúa.
[2] Hechos 26:22.
Así es, las cosas están ahí, y, todo aquel que realmente las quiera ver: las verá!!!!!!
Excelente desarrollo homilético de este importante suceso de la Biblia. Hay presencia del Espíritu Santo en este relato.
Gracias por compartir «su pan» con nosotros.
Dos le bendiga.
Roger Elí Torres V. (Colombia)
ES REALMENTE GRANDE PODER LEER ESTOS ESCRITOS QUE NO TRANSPORTAN A UN GRAN ENTENDIMIENTO. ..CON TODO MI AGRADECIMIENTO GRACIAS Y QUE DIOS LE CONTINUE BENDICIENDO CADA DIA MAS
Profesora: la felicito por la claridad y el manejo sencillo pero fundamentado de este articulo, usted , con su metafora sobre la fotografia, nos pone en evidencia que sin la Luz, la Fe y el Amor, podemos leer las escrituras sagradas pero sin podamos VER la figura del Mesias, es decir una lectura atenta, desde el interior con el corazon abierto y la mente despierta.
Gracias.