Nuevo y antiguo
«Y estas son las generaciones de Isaac, el hijo de Abraham: Abraham concibió a Isaac (VaEilé toledót Itzják)», —este es el principio de la porción para hoy—, y este comienzo debería ser muy importante para cualquier creyente del Nuevo Testamento. ¿Por qué? Porque el Nuevo Testamento comienza casi de la misma manera —en cierto sentido, de la mejor manera judía que uno podría pensar—. En el primer versículo del Evangelio de Mateo leemos: «Híne toledót Yeshúa Ha-Mashíaj (ben David) ben Avraham».
Una vez escuché una historia divertida sobre un erudito de la Biblia israelí (Tanáj) quien luchó en la Guerra de la Independencia en 1948 y pasó algún tiempo con un soldado cristiano inglés. El soldado inglés estuvo muy impresionado por el conocimiento de la Biblia del erudito, y le dijo: «¡Oh!, no sabía que nuestro Antiguo Testamento estaba traducido en hebreo». Esto no es una broma, es una historia real, y tristemente creo que hoy todavía hay muchos cristianos que dirían lo mismo. Desafortunadamente cuando se trata del Nuevo Testamento, ya que no tenemos un original hebreo, parece incluso menos obvio que este sea un libro judío, y en este sentido, el simple hecho de que este libro comience de la forma más judía inimaginable, dice mucho.
Sin embargo, eso no es todo lo que podemos aprender de estas primeras palabras del Nuevo Testamento: «El libro de la genealogía (de Jesúscristo)». Sí, el mismo comienzo ocurre muchas veces en la Torá (de hecho, 12 veces) —y por primerísima vez, lo encontramos en el segundo capítulo de Génesis, donde comienza el segundo relato de la creación—. Aquí forma un peculiar puente literario, conectando y manteniendo unidos los dos relatos de la creación —no leeríamos Génesis 2 sin haber leído Génesis 1, ¿o sí?— En este sentido, el versículo de apertura del Nuevo Testamento es también como un puente conectando el Nuevo Testamento con el Antiguo Testamento. Se relatan el uno al otro de la misma manera como se relatan las dos historias de la creación: la segunda parte no puede ser leída sin la primera. E incluso así, hay una clara división entre el «Antiguo Testamento» y el «Nuevo Testamento» en cada Biblia cristiana, las palabras «Antiguo Testamento» son realmente muy engañosas. Uno puede pensar que no es necesario leer el Antiguo Testamento para poder leer el Nuevo —y no es del todo cierto—.
Uno debería preguntar: si este nombre es un nombre inapropiado, ¿entonces por qué debemos llamarlo Antiguo Testamento? Aquí en Israel, nosotros le llamamos Tanáj (תַּנַ”ךְ), es un acrónimo de las primeras letras hebreas de cada una de las subdivisiones tradicionales: Torá (Enseñanza o Pentateuco), Nevi’ím (Profetas) y Ketuvím (Escritos). Podríamos llamarlo las «Escrituras Hebreas», o «Biblia Hebrea», pero lo más importante es comprender que la revelación de Dios no puede envejecer —necesitamos leer y comprender bien nuestra Biblia hebrea, para leer y comprender bien el Nuevo Testamento—. El Nuevo Testamento viene al final del libro y por eso nunca puede ser comprendido completamente sin leer el principio.
¿Amor fraterno?
Es aquí, en esta porción de la Torá, que encontramos por primera vez a los mellizos: Jacob y Esaú. Sabemos que, incluso antes de su nacimiento, Dios había designado a Jacob como heredero de la promesa. Sin embargo, la preferencia de Isaac por Esaú pareció ser un obstáculo para el acuerdo divino. Por eso Jacob intentó cumplir la promesa de Dios a su manera. Pronto encontró la ocasión para tomar ventaja sobre su hermano en el «acuerdo de derecho a la primogenitura». La traducción del texto no dice nada respecto a la opinión de Dios respecto al tema —pero, ¿qué es lo que vemos en el texto hebreo?—
Recordemos la historia. Un día, Esaú regresó «exhausto y hambriento» de su cacería. Las circunstancias son incluso más claras cuando recordamos que fueron tiempos de hambruna: «hubo hambre en la Tierra»,[1] mayor incluso que en los tiempos de Abraham, por eso, Esaú había pasado el día entero buscando carne salvaje, y la vista de un guiso de lentejas que Jacob había preparado, indujo al hambriento Esaú a renunciar a su primogenitura por ese guiso «rojo».
Sin embargo, ¿Jacob solo estuvo cocinando un estofado? ¿Qué perdemos en la traducción? Aquí hay otro ejemplo de cuán importante y multifacético es el lenguaje hebreo. El hebreo es un lenguaje raíz, y muchas de las palabras están formadas por una raíz de tres consonantes; dependiendo de la estructura (binyán), verbos de una misma raíz pueden tener significados muy diferentes: así pues, en hebreo el verbo —yazéd— no solo puede significar «cocinar un estofado», sino también «tratar con arrogancia». ¿Puedes imaginarlo? No encontramos ningún juicio explícito para la transacción de Jacob en las Escrituras: la Torá simplemente destaca los hechos sin comentarlos y nos preguntamos si Dios aprobó la transacción de Jacob. Sin embargo, este mensaje oculto en hebreo —Jacob «trató con arrogancia» a su hermano— ciertamente nos ayuda a entender la opinión de Dios.
¿Dios odió a Esaú?
A menudo, los lectores del Nuevo Testamento se encuentran incómodos con las palabras de Pablo (realmente citadas de Malaquías): Como está escrito: «A Jacob lo he amado, pero a Esaú lo he odiado».[2] ¿Cómo Dios puede odiar a alguien? ¿Por qué odió a Esaú?
Para poder entender estas palabras, comparemos con la frase de Jesús en Lucas 14:26: Uno debe amarlo y odiar a sus padres. Todos entendemos que Jesús no podía instruir a nadie a expresar odio hacia los padres —Jesús no podía contradecir el mandamiento explícito de Dios de honrar a los padres—. Por eso entendemos que las palabras de Jesús claramente designan aquí la relación de comparación y prioridades: no puedes amar a tus padres más de lo que amas a Dios.
Otro buen ejemplo se podría encontrar en Génesis 29, donde las mismas Escrituras explican el significado de la palabra «odio». Mientras que el versículo 31 dice «y cuando el Señor vio que Lea fue odiada», anteriormente en el versículo 30, encontramos una clara explicación de lo que significa: Jacob «amó más a Raquel que a Lea».
Ahora podemos comprender cómo funciona la idea de «odiar» en la Biblia hebrea: Siempre designa las relaciones por comparación, especialmente cuando es expresado en contraste a «amar a alguien». En otras palabras, la declaración: «A Jacob lo he amado, pero a Esaú lo he odiado», traducido del hebreo antiguo significa algo así como: «Amé a Esaú… pero he escogido a Jacob…», entendiendo que la palabra «odio» literalmente malinterpreta las emociones e intenciones de Dios.
[1] Génesis 26:1.
[2] Romanos 9:13.
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