Mis lectores ya sabrán que amo las series. ¿Y cuál podría ser el mejor momento para una nueva serie que estos meses de verano, cuando terminaron las fiestas bíblicas de primavera y las grandes vacaciones todavía no llegan? Por eso hoy empezaremos a trazar un nuevo retrato bíblico de un héroe bíblico muy antiguo —Abraham—.
El navegador de Dios
«Pero Jehová había dicho a Abram:
“Vete de tu tierra
y de tu parentela, y de la casa de tu padre,
a la tierra que te mostraré.
Y haré de ti una nación grande,
y te bendeciré,
y engrandeceré tu nombre,
y serás bendición.
Bendeciré a los que te bendijeren,
y a los que te maldijeren maldeciré;
y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”». [1]
¿Alguna vez ha intentado localizar un objeto con un GPS o con cualquier otro medio de navegación? Verá parpadear un punto rojo en la pequeña pantalla. Normalmente estará interesado en el «street view» (vista de la calle), pero también puede hacer zoom (acercarse o alejarse) de la vista de la calle a la vista de la ciudad, a la vista del estado, a la vista nacional y finalmente a la vista del mundo. Todavía seguirá viendo parpadear el mismo punto rojo, pero ahora, situado sobre una ciudad, un país o sobre el mapa de todo el mundo. Algo parecido sucede aquí. Mientras leemos los primeros tres versículos de este capítulo, podemos ver a Dios acercarse o alejarse de la casa donde vive una familia en particular. A medida que se acerca o se aleja, vemos a los descendientes de esa familia convertirse en una gran nación, y entonces tenemos la vista del mundo entero donde esa familia ha alcanzado a todas las familias de la tierra.
El versículo 1 empieza con un hombre y una familia: es como si pudiésemos ver a ese hombre, Abraham, en una calle en particular, la de Harán, cerca de una casa particular —la casa de su padre—. Abraham ha vivido allí por muchos años, pero ahora se le ordena partir: «Pero Jehová había dicho a Abram: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”».
En contraposición a esta tierra diferente y completamente desconocida, el siguiente versículo se acerca o se aleja a nivel nacional. En un segundo vemos a la familia de Abraham transformada en «una gran nación» con un «gran nombre». La bendición de Dios le es prometida a esta nación y a esa misma nación le es prometido ser una bendición. Este es el segundo paso en el plan de salvación de Dios: «Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre».
Y entonces, finalmente, el zoom de Dios se mueve a la vista del mundo y vemos el mismo punto rojo parpadeando sobre el mapa de todo el mundo. El mismo hombre que vimos en el «street view» (vista de la calle) de pie en las estrechas calles de Harán, y luego en la «vista nacional» como el padre de una gran nación, lo vemos ahora en la «vista del mundo», al igual que Abraham se convierte en el padre de muchas naciones.
«Bendeciré a los que te bendijeren,
y a los que te maldijeren maldeciré;
y serán benditas en ti todas las familias de la tierra».
Todos estamos familiarizados con estas palabras y sabemos que todo lo que Dios prometió aquel día a Abraham, Él lo cumplió literalmente. Él hizo de Abraham una gran nación y de hecho esta nación ha llegado a ser una bendición para «todas las familias de la tierra». Sin embargo, intente imaginar estas mismas palabras tal como Abraham las escuchó hace 3000 años atrás, cuando nada de esto había sucedido aún: ¿Quién habría creído estas magníficas promesas? A veces me pregunto de dónde obtuvo este hombre su fe —esta fe absolutamente única que hizo que él confiase en el Señor y siguiese sus mandatos, incluso cuando estos parecían absolutamente complicados o ilógicos—. ¿Durante cuánto tiempo fue un verdadero creyente antes de escuchar a Dios decir: «lej-leja» (vete) y luego hacer lo que le fue dicho? ¿Y realmente fue el único que escuchó esas palabras?
El padre y el hijo
El famoso capítulo 12 del libro de Génesis —donde comienza la historia de Abraham y las Escrituras se convierte en una crónica de una familia— abre con las famosas palabras de Dios a Abraham que acabamos de leer: «Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré». Generaciones de rabinos, predicadores y estudiantes regulares de las Escrituras han sido impresionados, animados e inspirados por estas palabras. Infinidad de proyectos y organizaciones judías han sido nombrados después de estas famosas palabras «lej-leja», las palabras hebreas que abren este capítulo. Para mí, sin embargo, no son estas palabras las que retratan la parte más impresionante de este capítulo ni las que nos proporcionan una visión dentro de la remarcable personalidad de aquel a quien Dios llamó su amigo; no son las palabras de Dios las que hacen que esta historia sea tan especial —sino cómo Abraham respondió a ellas—.
Permítame explicar lo que quiero decir. En el versículo 5 leemos: «Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron». [2] Así pues, en respuesta al llamado de Dios, Abraham salió para ir a la tierra de Canaán. Entonces, después de un rato, llegó verdaderamente a la tierra de Canaán. Parece ser que nada podía ser más obvio y evidente que esta simple frase. ¿No hace falta decir que cuando las personas emprenden un viaje, tienen la intención de finalizar este viaje y llegar al lugar al que se dirigían? Sin embargo, justo unos versículos antes, al final del capítulo anterior, leemos:
«Y tomó Taré a Abram su hijo, y a Lot hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai su nuera, mujer de Abram su hijo, y salió con ellos de Ur de los caldeos, para ir a la tierra de Canaán; y vinieron hasta Harán, y se quedaron allí». [3]
וַיֵּצְאוּ לָלֶכֶת אַרְצָה כְּנַעַן
Ninguna traducción es tan sorprendentemente obvia como lo es en hebreo: el principio de este versículo es el mismo en ambos casos: וַיֵּצְאוּ לָלֶכֶת אַרְצָה כְּנַעַן, ambos salieron para ir a la tierra de Canaán —sin embargo terminan de forma completamente diferente—. El padre de Abraham, Taré, también partió para ir a la tierra de Canaán, pero nunca completó el viaje. Él nunca llegó.
En primer lugar, ¿por qué Taré emprendió el viaje? Personalmente creo que antes de que Dios hablara a Abraham, él le había hablado a su padre; de lo contrario, ¿por qué Taré dejaría Ur y empezaría ir hacia Canaán? Sabemos que Taré no adoraba al único y verdadero Dios. Sabemos esto, no solo por los escritos rabínicos, sino también por las Escrituras mismas: «…Así dice Jehová, Dios de Israel: “Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños”». [4] Sin embargo esto no significa en modo alguno que Taré nunca había escuchado hablar sobre el verdadero Dios, o que nunca había escuchado hablar del verdadero Dios. Tal vez el primer «lej-leja» —vete— fue realmente dicho a Taré; tal vez fue Taré quien se suponía haber llegado a ser el padre de las naciones. Aún así, aunque todos deseamos escuchar su voz, todos deseamos tener un encuentro divino. No nos equivoquemos, no es el encuentro divino lo que define nuestro destino, sino lo que nosotros hacemos después de ese encuentro. No es lo que Él nos dice lo que nos define, es cómo nosotros respondemos a lo que Él dice. No es suficiente con ser llamado; hay que permanecer fiel a ese llamado. Es probable que Taré haya sido llamado primero, antes que su hijo, y probablemente respondió a su llamado tomando el camino hacia Canaán. A pesar de ello nunca llegó allí, se detuvo en Harán porque habitar en Harán fue mucho más confortable y seguro que vivir en tiendas en Canaán, y por lo tanto, Taré nunca llegó a ser lo que podía y debía ser.
En este sentido, el pequeño versículo respecto a Abraham «…y salió con ellos para ir a la tierra de Canaán» es mucho más que un simple comentario técnico. La descripción bíblica de la gran fe de Abraham empieza aquí en Génesis 12:5; no solo empezó a hacer aquello para lo que había sido llamado y para lo que había sido ordenado, sino que lo completó. Si Taré fue llamado por Dios, y creo que lo fue, él respondió al llamado de Dios empezando a hacer aquello para lo que había sido llamado, pero nunca lo finalizó. Abraham fue llamado por Dios —sabemos que fue así— y él respondió al llamado de Dios, no solo empezando, sino realmente completando y cumpliendo todo lo que se le había dicho. De esto trata la fe, y no es de extrañar que Abraham y su padre finalizaran de modo tan distinto. Abraham se convirtió en el padre de un pueblo y de pueblos, mientras que las Escrituras no nos dicen virtualmente nada sobre Taré, excepto el hecho de que fue descendiente de Sem y padre de Abraham. Esta es una ley espiritual de la que debemos ser conscientes: Elegimos nuestro destino según la forma en que respondemos al llamado de Dios.
[1] Génesis 12:1-3
[2] Génesis 12:5
[3] Génesis 11:31
[4] Josué 24:2
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