De JerusalÉn A Roma: Alcanzando A Los Gentiles

Mis queridos lectores, continuamos nuestro viaje a través del libro de Hechos. Me gustaría recordarles que mi objetivo aquí no es escribir otra serie de comentarios (ya se han escrito toneladas de libros sobre Hechos), sino solo llamar su atención sobre los detalles que pueden entenderse solo dentro del contexto judío del siglo I de la congregación judía mesiánica. Como, por ejemplo esta pregunta: ¿LOS GENTILES PUEDEN CREER EN JESÚS?

Tanto los cristianos como los judíos estarían perplejos y sorprendidos por esta pregunta: el cristianismo de hoy se percibe en gran medida como una religión completamente gentil y una entidad no judía. Sin embargo, esta es exactamente la pregunta con la que tuvo que lidiar la primera comunidad de creyentes en Jesús. Jesús mismo dijo varias veces que Él vino «a las ovejas perdidas de la casa de Israel». ¿Entonces cómo sucedió que su mensaje llegó también a los gentiles?

El libro que hemos estado leyendo juntos, el libro de Hechos, nos muestra esta transformación. Durante su vida terrenal, Jesús fue muy específico al instruir a sus discípulos a no «andar entre los gentiles». Sin embargo, aquí, en Hechos, somos testigos del cambio drástico: a partir del Capítulo 10, vemos no solo la inclusión de los gentiles, sino también el estupor y el asombro de la comunidad judía mesiánica existente.

¿Cómo comenzó todo? En Hechos 10, leemos acerca de la visión del Apóstol Pedro en la que vio un gran lienzo que descendía del cielo lleno de toda clase de alimentos. Entonces una voz le dijo: «No llames impuro a lo que Dios ha limpiado».[1]

Durante siglos, el cristianismo tradicional ha interpretado la visión de Pedro como el permiso de Dios para abandonar la división entre animales puros e impuros. Sin embargo, si nos referimos a la narración anterior y posterior a esta visión, entenderíamos que en realidad era el mandamiento de Dios comenzar a llevar la Buena Nueva a los gentiles. Así es como Pedro mismo entendió esta visión, porque mientras aún estaba desconcertado por su significado, los hombres enviados por Cornelio (un gentil temeroso de Dios), vinieron a él. Entonces, Pedro entendió el mensaje. Más tarde, le explicaría a Cornelio que, aunque «va contra nuestra ley que un judío se asocie o visite a un gentil… Dios me ha mostrado que a nadie debo llamar impuro o inmundo».[2] Así el mensaje de Jesús comenzó a predicarse también a los gentiles.

Aprendemos de estos capítulos que primero, los creyentes judíos en Jesús estaban realmente sorprendidos, incluso conmocionados por esta inclusión de los gentiles. Sin embargo, cuando oyeron el testimonio de Pedro, «glorificaron a Dios, diciendo: “Así también a los gentiles ha concedido Dios arrepentimiento para vida”».[3] O, en las palabras de la Biblia judía completa: «¡Esto significa que Dios también ha permitido a los góyim hacer teshuvá y tener vida!».

Fariseo, hijo de un fariseo

Como todos sabemos, Shaúl (Pablo) cuya «rectificación» en la calle Recta discutimos la última vez, se convertiría en la figura clave en este alcance de los gentiles. Desafortunadamente, la lectura cristiana tradicional de Pablo lo convirtió en padre y autor del antisemitismo cristiano sancionado. Durante dos milenios, la Iglesia ha enseñado que cuando el Apóstol Pablo se «convirtió», se le abrieron los ojos y, predicando incansablemente contra la Ley judía y contra Israel, «liberó al cristianismo del judaísmo». ¿Es cierto? ¿Este erudito judío realmente creía que la Torá era irrelevante y que su pueblo era rechazado por Dios? ¿Pablo realmente enseñó que el mensaje de Jesús contradecía la Torá, que el cristianismo era la antítesis del judaísmo y que la Iglesia reemplazó a Israel?

Por supuesto, «Pablo y la Torá» o «Pablo e Israel» son temas muy importantes, y esta discusión va mucho más allá de nuestros comentarios sobre Hechos; sin embargo, del libro de Hechos, sabemos que incluso después de que Pablo se convirtiera en discípulo de Jesús, continuó siendo su costumbre habitual asistir a la sinagoga cada shabát. «Pablo no consideró a la sinagoga como su oponente. ¿Cómo podría? Todavía no existía ninguna otra comunidad de fe válida… la sinagoga y el Templo de Jerusalén marcaron el lugar de estudio y adoración para todos los que creían en el Dios de Israel. Todos los demás templos y lugares de culto eran paganos».[4]

Por lo tanto, en cada nuevo pueblo al que llegaba Pablo (incluso en regiones predominantemente gentiles), iba a una sinagoga. En las sinagogas, se reunía con judíos y gentiles por igual quienes estaban interesados en la Palabra de Dios. Una y otra vez leemos acerca de Pablo asistiendo a las sinagogas, por ejemplo: «…había una sinagoga de los judíosY Pablo entró, como era su costumbre, y en tres shabát discutió con ellos sobre las Escrituras».[5] También lo discutiremos más adelante mientras continuamos con nuestros comentarios, pero por ahora, estamos en el Capítulo 13, y vemos a Pablo y a sus compañeros entrar en la sinagoga en Antioquía: «cuando partieron de Perge, llegaron a Antioquía en Pisidia, y entraron en la sinagoga en shabát y se sentaron». Leemos que «después de la lectura de la Ley y los Profetas, los principales de la sinagoga» los invitaron a hablar«entonces Pablo se puso de pie, y haciendo señas con la mano dijo…». ¿Que dijo él?

La visión tradicional de Pablo sugiere que hubo dos caminos de salvación: el antiguo camino era a través de las obras de la Ley (Torá), mientras que el nuevo, el camino de la gracia, era abierto por Jesús. Hay un famoso versículo de Pablo en Romanos usado tradicionalmente contra el judaísmo: «el hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley».[6]

Con base en esta declaración, la gran mayoría de los teólogos cristianos de alguna manera llegaron a la conclusión equivocada de que el judaísmo del siglo I creía en una salvación basada en obras. Es un error muy lamentable y simplemente no es cierto: en el judaísmo, la salvación tampoco depende de las obras, es un don gratuito de Dios, basado en su pacto eterno con Israel. Uno de los tratados rabínicos más famosos, Pirkéi Avót, comienza con las famosas palabras: «Todo Israel tiene parte en el mundo venidero». Significa que la salvación, o «parte en el mundo venidero» no se gana haciendo buenas obras; depende solo de la pertenencia de una persona a la familia de Dios. En este sentido, también es por gracia.

Por lo tanto, Pablo no tuvo que cambiar esta parte de su teología después de convertirse en seguidor de Jesús: estaba claro para él, como lo estaba para todos los rabinos judíos, que el acceso a la familia de Dios no dependía de las obras que hace una persona, sino de su pertenencia al pacto. Pablo vio la salvación como un regalo de Dios para su familia, basado en su pacto, nuevamente, como lo vería todo rabino judío. Lo que sí cambió radicalmente para Pablo, es quién pertenecía a este pacto. En el judaísmo, la familia de Dios consiste únicamente en el pueblo de Israel. Para Pablo, cualquiera que llega a Dios a través de Jesús, pertenece a su familia, y por lo tanto, Pablo invita a todos a entrar a este pacto, para pertenecer a su familia y recibir el regalo de Dios de la salvación. Esto es exactamente lo que está diciendo en la sinagoga de Antioquía: «Varones y hermanos, hijos de la familia de Abraham, y los que entre ustedes temen a Dios, a ustedes se les envía la palabra de esta salvación».[7]

 

[1] Hechos 10:15.

[2] Hechos 10:28.

[3] Hechos 11:18.

[4] Tim Hegg, The Letter Writer.

[5] Hechos 17:1-3.

[6] Romanos 3:28.

[7] Hechos 13:26.

 

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About the author

Julia BlumJulia is a teacher and an author of several books on biblical topics. She teaches two biblical courses at the Israel Institute of Biblical Studies, “Discovering the Hebrew Bible” and “Jewish Background of the New Testament”, and writes Hebrew insights for these courses.

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