De Jerusalén A Roma: Hasta Los Confines De La Tierra

Todos conocemos las palabras de Jesús a sus discípulos al comienzo de Hechos: deberían ser sus «testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra».[1] En consecuencia, el libro de Hechos se puede dividir en dos partes. En la primera parte, los Capítulos 1–12, describen los acontecimientos que tienen lugar en Jerusalén, Judea y Samaria. Pedro es la figura central de estos capítulos: «pronuncia discursos, realiza curaciones y, como punto culminante de esta sección, bautiza al primer gentil converso, al centurión romano Cornelio».[2] Por supuesto, recordemos que Felipe había bautizado previamente a un eunuco etíope (Hechos 8: 26–40), pero Pedro bautizando a Cornelio e informándolo a sus hermanos judíos, abre oficialmente la puerta para que los gentiles sean incluidos en la comunidad de creyentes.

Por lo tanto, a partir del Capítulo 13, el enfoque del libro cambia a Pablo, el Apóstol de los gentiles. Somos testigos de su actividad misionera en Asia Menor (actual Turquía) y Grecia, su arresto, interrogatorio ante las autoridades romanas y judías, su viaje a Roma y su predicación en Roma. Por lo tanto, Hechos presenta una imagen de la Iglesia que se expande en total acuerdo con las palabras de Jesús: desde Jerusalén a través de Judea y Samaria hasta los «confines de la tierra». ¿Quiénes fueron entonces esos primeros creyentes en Jesús fuera de la tierra? ¿Cómo vivieron y en qué creyeron?

Sorprendentemente, a partir del libro de Hechos, entendemos que la «primera Iglesia», la primera comunidad de los primeros seguidores de Jesús fuera de la tierra de Israel, todavía estaba compuesta principalmente por creyentes judíos y aún era una sinagoga. La primera comunidad de creyentes «hasta los confines de la tierra» que encontramos en Hechos, es la comunidad de Antioquía. ¿Qué sabemos acerca de la Iglesia en Antioquía?

En el Capítulo 11 leemos que «los que fueron esparcidos después de la persecución que se desató contra Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía» y que «la mano del Señor estaba con ellos, y muchos creyeron y se convirtieron al Señor».[3] Luego leemos que, al escuchar estos informes, la congregación de Jerusalén envía a Bernabé a Antioquía, y Bernabé lleva a Pablo allí. «Así fue que durante todo un año se reunieron con la Iglesia y enseñaron a mucha gente».[4] Estamos ahora en el Capítulo 13, entrando en la segunda parte de Hechos, que relata la expansión de la Iglesia «hasta los confines de la tierra». Este capítulo comienza con Lucas reintroduciendo a la comunidad en Antioquía:

«Ahora bien, en la Iglesia que estaba en Antioquía habían ciertos profetas y maestros: Bernabé, Simeón, que se llamaba Níger, Lucio de Cirene, Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca, y Saulo».

De todos los nombres enumerados por Lucas, sabemos con seguridad que tanto Bernabé como Saúl (Pablo) fueron judíos creyentes en Jesús. ¿Quiénes fueron los otros?

¿Quién fue «Simeón que se llamó Níger»Simeón es una transliteración griega del nombre hebreo ShimónShimón fue un nombre judío muy popular en el siglo I, tanto en la tierra de Israel como en la diáspora. Podría haber sido un prosélito de África, lo que explicaría por qué se llamó Níger[5], pero no tendría el nombre de Shimón si no fuera parte del pueblo de Israel.

Probablemente podamos decir más sobre «Manaén, que había sido criado con Herodes el tetrarca» quien también figura entre los profetas y maestros de la congregación de Antioquía. Manaén es una transliteración griega del nombre hebreo Menajém (Consolador). ¿Quién fue este Menajém? Sorprendentemente descubrimos referencias a este hombre en varios textos judíos de la época, y lo primero que entendemos de todas estas referencias es que el hombre fue judío.

Según Joseph Shulam, el Talmúd de Babilonia puede haberse referido al mismo Menajém en este comentario: «Hillél y Menajém no diferían. Salió Menajém, entró Shammái». Para entender esta cita, uno tiene que conocer la historia del período del Segundo Templo: Hillél y Shammái, los bien conocidos rabinos de este tiempo, fueron codirectores del béit dín (la corte). Probablemente este texto talmúdico dice que antes de que Shammái se uniera a HillélMenajém fue codirector de la corte, junto con Hillél.

Algunos eruditos han interpretado que este texto representa la partida de Menajém para unirse a los esenios. Esta interpretación se basa en la nota de Josefo en sus Antigüedades de los judíos: «Hubo uno de estos esenios cuyo nombre fue Menajém». Josefo escribe que este Menajém llevó «una vida excelente» y que Dios le dio un don profético: profetizó la ascensión al trono de Herodes cuando «era un niño».[6]. Si aceptamos esta interpretación, estaremos de acuerdo en que los tres textos hablan del mismo Menajém que estuvo relacionado con «Herodes el tetrarca». Primero, junto con HillélMenajém se desempeñó como codirector de la corte; su búsqueda espiritual probablemente lo llevó entonces a los esenios; luego, finalmente, este compañero de infancia de Herodes Antipas se convirtió en uno de los líderes de la congregación de Antioquía, y se dio a conocer a los lectores cristianos por el nombre Manaén.

El último a quien Lucas enumera entre los «profetas y maestros» en Antioquía es Lucio. «Lucio» fue un nombre latino común, definitivamente no un nombre judío, y uno puede sugerir que Lucio no fue judío. Por otro lado, pudo haber sido un judío nacido en la diáspora, como Saúl, con nombres tanto judíos como romanos. Esta hipótesis está respaldada por el hecho de que en Romanos 16:21 Pablo llama a cierto Lucio, su pariente (probablemente el mismo Lucio).

Así, de los cinco profetas y maestros de la primera Iglesia en Antioquía, cuatro fueron definitivamente judíos creyentes en Jesús, y el último también pudo haber sido judío. Sin embargo, mucho más importante es el hecho de que estos primeros creyentes vivieron como miembros del pueblo de Dios, miembros de Israel. Vivieron de acuerdo con un conjunto de normas éticas acordadas, en un contexto moldeado ampliamente por las Escrituras judías. «La actividad de los profetas, la descripción de lo que sucedía en la reunión congregacional como «servicio» y el ayuno como práctica religiosa…la lectura de la ley y de los profetas»[7] – todo esto corresponde con la práctica conocida de la sinagoga. De la descripción de Lucas, entendemos que, con todas las profundas diferencias que haría la fe en Jesús, aparentemente la reunión y el compañerismo de la Iglesia primitiva no fue diferente de una sinagoga. Y realmente no podía ser de otra manera: la sinagoga fue el único lugar de estudio y adoración para todos los que creían en el Dios de Israel; todos los demás templos y lugares de adoración eran paganos. No hubo otras comunidades válidas de creyentes, por lo que en este punto, una sinagoga fue el único lugar donde los creyentes judíos y gentiles se reunieron para leer las Escrituras y adorar a Dios. Esto es exactamente lo que vemos en la comunidad de Antioquía, y lo seguiremos viendo a lo largo de todo el libro de Hechos.

 

[1] Hechos 1:8.

[2] The Jewish Annotated New Testament (p. 198). Oxford University Press. Kindle Edition.

[3] Hechos 11:19,21.

[4] Hechos 11:26.

[5] En el idioma original del texto, la palabra «Níger» se traduce mejor como «negro».

[6] Josephus, Antiquities of the Jews, 15:10:5.

[7] G. K. Beale and D. A. Carson. Commentary on the New Testament Use of the Old Testament (p. 582). Baker Publishing Group. Kindle Edition.

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About the author

Julia BlumJulia is a teacher and an author of several books on biblical topics. She teaches two biblical courses at the Israel Institute of Biblical Studies, “Discovering the Hebrew Bible” and “Jewish Background of the New Testament”, and writes Hebrew insights for these courses.

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