Nuestra última entrega (por ahora) de esta serie, es tomada de la vida del patriarca Jacob. Mientras se compara su camino de regreso a la tierra de Israel con su viaje de salida de la tierra de Israel veinte años antes, descubrimos detalles asombrosos —e incluso verdades espirituales más sorprendentes de las que señalan estos detalles—.
Dos encuentros
Comenzaremos nuestra comparación desde el final. Después del sorprendente encuentro con su hermano —un encuentro que fue mucho mejor de lo que cualquiera podría esperar— Jacob le dijo una extrañas palabras; diciendo que para él ver la cara de Esaú fue «como ver el rostro de Dios: ָאִיתִי פָנֶיךָ כִּרְאֹת פְּנֵי אֱלֹהִים». Esta frase viene al final de su encuentro, cuando el peligro ya había pasado y deja al lector confuso y perplejo. ¿Por qué Jacob habría dicho eso? ¿Era simple adulación o había algo más?
En español, estas palabras vienen de manera inesperada. Sin embargo, en hebreo la idea de paním (rostro) es ciertamente uno de los principales motivos de toda la narrativa del regreso de Jacob a la tierra. La raíz פָּנִים (paním), y las palabras derivadas de esta raíz, aparecen muchas veces en los versículos hebreos que preceden el encuentro de los dos hermanos (Génesis 32:17-21). Para entender la diferencia entre el hebreo y los textos en español, vamos a leer, por ejemplo Génesis 32:20: «…Porque él pensó: “le pacificaré con estos regalos que le envío por delante; después, cuando le vea, quizá me reciba”». La palabra «rostro» no se usa ni una sola vez en la traducción (tampoco en muchas otras) mientras que en hebreo, solo en este versículo, la palabra paním aparece cuatro veces. Esto da forma a un caso y nos prepara para el nombre Peniel (פְּנִיאֵל) —«rostro de Dios»— el lugar donde Jacob luchó en su encuentro con Dios. Fue allí, en Peniel, donde Jacob vio a Dios «cara a cara» (de ahí el nombre del lugar); fue allí en Peniel donde no solo fue cambiado el nombre de Jacob, sino también su corazón.
Pero hay algo más en la historia de Jacob que puede ser visto cuando lo leemos en hebreo. Regresemos a Génesis 28: «La escalera de Jacob» —el sueño de Jacob en su camino desde Beerseba hasta Harán—. Cuando este capítulo se lee en hebreo, encontramos que casi tantas veces que aparece la palabra «rostro» en el capítulo 33, el término מָקוֹם (makóm) «lugar», aparece aquí, en el capítulo 28. Recordemos, Jacob casi deja la tierra camino al exilio. Su encuentro con Dios en el sueño probablemente ocurrió durante su última noche en la tierra, y por lo que sabemos, esta fue la primera vez que Dios le habló personalmente. Cuando Jacob se despertó de su sueño, pensó: «Ciertamente el Señor está en este lugar, y no estaba consciente de esto. Él tenía miedo y dijo: “¡Qué asombroso es este lugar! No es otra cosa que la casa de Dios; es la puerta del cielo”». Así que vemos claramente, que en este punto, este encuentro que cambia la vida y todo el concepto nuevo de Jacob respecto a Dios, estuvo muy conectado a «este lugar».
Estos dos encuentros con Dios —cuando Jacob se va de la tierra y cuando regresa— forman una peculiar «inclusión» literaria: todo lo que le sucede en el exilio, le ocurre entre estos dos encuentros. Sin embargo, no hay una línea directa entre ellos: dentro de estos «paréntesis» divinos vemos un hermoso progreso que no queremos perdernos —el progreso de la fe de Jacob; el progreso de su conocimiento de Dios; el progreso de la revelación—: desde «el lugar» de Dios hasta el «rostro» de Dios.
Dos soles
Pasaron veinte años desde que Jacob engañó a su hermano Esaú y tuvo que escapar de su ira. Durante 20 años estuvo fuera de la tierra. Ha llegado el tiempo de ir a casa. Mientras Jacob se prepara para encontrarse con su hermano Esaú, se encuentra con Dios. Un hombre misterioso (ísh) se pelea con él durante la noche —y Jacob se transforma en Israel—. Luego leemos: «El sol salió sobre él mientras pasaba por Peniel». ¿Por qué la Torá encuentra necesario informarnos sobre la salida del sol?
El encuentro en Peniel sucede durante la última noche de Jacob fuera de la tierra. Si recordamos el encuentro de Jacob con Dios durante su última noche en la tierra, llegaremos al mismo sueño de «la escalera de Jacob» que acabamos de comentar. Antes de este sueño, leemos: «Y él llegó a cierto lugar y estuvo allí esa noche, porque el sol ya se había puesto».
¿Ves la belleza de esta narrativa? La puesta del sol es el comienzo del viaje de Jacob, y el aumento al final, parece el paréntesis de su viaje. El mensaje de la Torá es muy claro: el sol se había puesto cuando Jacob estaba saliendo de la tierra —y la próxima vez se menciona que el sol sale sobre Jacob en Peniel—. El sol salió sobre él cuando estuvo a punto de volver a entrar en la tierra. Todos sus 20 años de exilio están entre la puesta y la salida del sol —todo este viaje ha de ser comprendido como una larga noche de exilio—.
Debemos recordar que la primera audiencia en el libro de Génesis fue la generación de Éxodo. Sin lugar a dudas, este mensaje de la «noche de exilio» les debía haber hablado poderosamente y muy alto a sus corazones. Como Jacob, ellos también pasaron por una larga noche de exilio —pero el sol finalmente salió para ellos porque, al igual que Jacob, ellos regresaron a la tierra—.
Dos hijos
En Génesis 33, presenciamos una hermosa escena de reconciliación entre Jacob y Esaú. Esaú, que iba acompañado de 400 hombre armados, obviamente no tenía intenciones pacíficas. Sin embargo, todo fue un cambio repentino durante este sorprendente encuentro: ambos lloraron, se besaron y se reconciliaron. Entonces empezaron a hablar el uno al otro. En español, la diferencia en su conversación podría no tener distinciones —sin embargo, al compararlo en hebreo, nos puede enseñar mucho sobre sus respectivos caracteres—.
Desde el primer momento de su comunicación vemos una diferencia dramática en su hablar —tanto respecto al contenido como al estilo—. Las frases de Esaú son cortas y toscas, y cuando él dice: «Tengo suficiente, mi hermano (אחי)» – aunque son verdaderos hermanos, en hebreo suena como un trato muy familiar e informal. Entonces, cuando llegamos a la respuesta de Jacob, escuchamos una respuesta completamente diferente, con un discurso cortés y refinado, con una actitud muy diferente.
Uno de los detalles más remarcables en el hablar de Jacob es la partícula «na» (נא), repetida dos veces y perdida por completo en la traducción —la señal de un discurso muy correcto y formal—. También podemos notar que Dios es mencionado en cada frase suya, mientras que Esaú no menciona del todo a Dios. Más aún, sus actitudes son completamente distintas. Mientras que Esaú dice: «tengo suficiente (יֶשׁ־לִי רָב)»; Jacob afirma: «yo tengo todo (יֶשׁ־לִי־כֹל)»; Esaú habla de riqueza; Jacob habla de suficiencia. Por eso es que el Midrásh dice que «en el momento que Isaac oyó a su hijo mencionar el nombre de Dios, supo que era Jacob y no Esaú». Es precisamente esa diferencia en el estilo de hablar a lo que se refiere Isaac cuando dijo: «la voz es la voz de Jacob y las manos son las manos de Esaú». Esta diferencia en hebreo es obvia pero está casi perdida en la traducción, aunque es muy importante entenderla para poder comprender realmente la historia de la «bendición robada».
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