PorciÓn De La TorÁ En Tiempo Actual: JukÁt

Queridos lectores, como ya saben, de vez en cuando publico un comentario sobre una porción de la Torá (Parashát Shavúa). Hoy me gustaría compartir con ustedes el comentario de una de las más ricas porciones de la Torá —Parashát Shavúa Jukát (la lectura para el último sabbat)—.

La novilla roja: Entre la vida y la muerte

Jukát es la primera porción que empieza el movimiento real del pueblo hacia la tierra. Han pasado 38 años por el desierto —y ¿qué es lo primero que Dios aborda mientras el pueblo de Israel está a punto de entrar a la tierra?—. Él habla sobre la novilla roja. ¿Por qué?

Sin lugar a dudas, la ley de la novilla roja es una de las últimas leyes de sacrificio en el Antiguo Testamento. Esta ley era dada a los hijos de Israel para purificación de aquellos que eran ritualmente impuros por haber estado en contacto con un cadáver —la mayor forma de impureza ritual—. Así pues, el propósito de esta ley fue eliminar la impureza de la muerte y fue muy importante el hecho de que esta es la primera ley que Dios le da a su pueblo cuando comienzan a moverse hacia la tierra. Esta ley expresa la clarísima división entre la vida y la muerte que más tarde encontramos en las famosas palabras de Deuteronomio: «Mira, he puesto delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal».

Dios siempre quiere que escojamos la vida —y Él nos muestra aquí el modo que ha provisto—: «Aquellos que una vez fueron impuros, son purificados, mientras que aquellos que fueron puros para comenzar con (el sacerdote y los ayudantes) serán impuros al participar en el ritual». El sacerdote se vuelve impuro para que el pueblo pueda ser purificado; él toma sobre sí mismo las impurezas rituales del hombre, y por tanto, él mismo se vuelve impuro: «el sacerdote permanecerá impuro hasta el anochecer»; el sacerdote toca la muerte, para que aquellos que fueron tocados por la muerte sean purificados y vivan, al hacer esto, él podría ser visto como un tipo de Jesucristo en el Nuevo Testamento quien, siendo puro y sin pecado, tomó sobre sí la impureza y pecado del pueblo, para que el pueblo fuese limpio; quien experimentó la muerte, para que aquellos que fueron tocados por la muerte, sean purificados y vivan.

La roca que los siguió

Probablemente recordarán las palabras desconcertantes de Pablo en 1 de Corintios: «Porque ellos bebieron de la roca espiritual que los siguió, y la roca era Cristo». Está claro que Pablo entiende la roca en un sentido espiritual más que en un sentido físico; pero, ¿por qué Pablo habla sobre una roca viajera?

Pablo se basa en una rica y exegética tradición judía. En la descripción de la Torá sobre el deambular de Israel por el desierto, encontramos solo dos episodios que describen la milagrosa provisión de agua —al principio del período de vagar por el desierto (Éxodo 17) y al final del período errante— la misma roca sobre la que leemos en nuestra porción de la Torá de hoy: «El Señor habló a Moisés diciendo: “Coge la vara y reúne a la congregación, tú y tu hermano Aarón, y ordena a la roca delante de sus ojos, que haga brotar agua”». Naturalmente surge la pregunta: ¿Cómo consiguieron agua los israelitas durante el período entre estos dos episodios —de hecho, todos esos años?—.

Una tradición interpretativa fue desarrollada para pode explicar este espacio y dar una respuesta sobrenatural a esta pregunta natural. Según esta tradición, la roca de Números 20 es la misma roca que vimos en Éxodo 17 al principio del viaje; por lo tanto, esta roca debía haber seguido a los israelitas durante todo su viaje.

Es probable que el concepto de la roca que acompañó a los israelitas ya se hubiese establecido en el judaísmo de los tiempos de Pablo, y Pablo simplemente muestra aquí esta interpretación tradicional. Esto es solo un ejemplo para entender cómo la tradición judía realza y profundiza nuestra comprensión del Nuevo Testamento.

La serpiente de bronce

El principio de esta historia es muy tradicional. Aunque los israelitas están aproximándose a la tierra y el viaje casi ha finalizado, una vez más, al igual que muchas otras anteriormente (solo en esta porción de la Torá, sucede por segunda vez), «ellos hablaron contra Dios y contra Moisés, y dijeron: “¿Por qué nos sacaste de Egipto y nos trajiste a morir en el desierto? ¡No hay pan! ¡No hay agua! Y detestamos esta miserable comida”». En respuesta, Dios envió serpientes venenosas entre el pueblo y muchos murieron por la mordedura. Entonces el pueblo llegó a Moisés y le dijeron: «Nosotros pecamos cuando hablamos contra el SEÑOR y contra ti. Ruega pues al SEÑOR que aparte de aquí estas serpientes de entre nosotros”. Entonces Moisés rezó por el pueblo».

El Señor los salvó de las serpientes, pero su salvación llegó de una forma completamente inesperada. Él le dio a Moisés una orden extremadamente extraña: «Haz una serpiente feroz, y ponla sobre una estaca; y será que cualquiera que fuese mordido, cuando mire a la serpiente, vivirá. Entonces Moisés hizo primero la serpiente de bronce y la puso sobre una estaca». ¿Por qué? ¿Por qué todo ese trabajo de bronce en lugar de hacer desaparecer las serpientes? Sin embargo, esta historia nos enseña, de la manera más grafica posible, uno de los principios básicos de la vida espiritual: cuando pecamos, cuando escogemos rebelarnos contra Dios, nuestra elección tiene consecuencias muy reales e inevitables. Cambian y distorsionan la realidad, tanto en nuestro interior como en nuestro exterior (a menudo en ambos casos), aunque estos cambios no siempre sean visibles como aquí. Después, cuando las consecuencias de nuestro pecado, inevitablemente comienzan «a mordernos», empezamos a clamar al Señor, pidiendo que nos salve —que destruya las serpientes, que aparte las consecuencias—. Sin embargo, incluso el mismo Dios no simplemente restaura las cosas como si nuestras elecciones pecaminosas nunca ocurrieron; incluso Él mismo no simplemente elimina nuestro pecado y el mal que causó—.

Si leemos nuestro texto en hebreo, quedaríamos asombrados por la cantidad de silencios de sonidos silbantes que suenan aquí: Nasháj (morder), Nejásh (culebra), Nejóshet (bronce)… como si de hecho, el silbido de las serpientes estuviesen llenando estos versículos. No es del todo accidental que hayan serpientes en esta historia: El primer pecado entró al mundo a través de la serpiente —la víbora— y qué más, si no el pecado —arrastrándose, silbando y mordiendo— ¿está representado por estas serpientes en nuestra porción de la Torá? Sí, y no basta con simplemente alejar las serpientes, el veneno ya está haciendo su efecto y por eso Dios tenía que sacar un remedio para que todo aquel que fuera mordido, viviese.

¿Cuál es el remedio? Esta es la parte más sorprendente de la historia. Para poder sanar la mordedura de la serpiente actual, ustedes esperarían un remedio «verdadero»: alguna medicina, tratamiento, acción. En lugar de esto, a los hijos de Israel simplemente se le dijo que miraran a la serpiente de bronce —¡solo mirar, para poder vivir! —. «Y así era, si una serpiente mordía a alguien, al mirar a la serpiente de bronce, vivía».

 Supongo que muchos de ellos dudaron, e incluso murmuraron: «¿Qué bien puede hacer, si solo tengo que mirar a la serpiente?». Pero este es exactamente el punto de la historia: no importa si su remedio cumple todas nuestras expectativas. ¿Recuerdan a Naamán, el comandante del  ejército sirio, que era leproso? Fue a Elías para que le sanase, pero se puso furioso y casi marchó después de que Elías no cumpliera con sus expectativas. Él dijo: «He aquí, yo pensé…» y casi perdió su propia sanidad, ¡solo porque él pensó que debía ser hecho de forma diferente! Cuántas veces perdemos cosas que Dios está haciendo solo porque pensamos que deberían ser hechas de manera distinta: He aquí, yo pensé…».

Allí en el desierto Dios ofreció su sanidad a todos. Sin embargo, por más extraño e ilógico que podría haber parecido, era la única manera para sobrevivir —para ser salvos—. Aquellos que miraron a la serpiente de bronce, vivieron, y los demás, perecieron. Probablemente ninguno de ellos lo entendió —pero de eso trata exactamente la fe—: obedecer al Señor, incluso cuando no entendamos… Y esta es, creo yo, la principal lección de esta maravillosa porción de la Torá.

 

Los extractos que leen en estas páginas, son típicos de lo que compartimos con nuestros estudiantes durante las clases DHB (Discovering the Hebrew Bible/Descubriendo la Biblia Hebrea) o WTP (Weekly Torah Portions/Porciones Semanales de la Torá). Si estos artículos les abrieron el apetito por descubrir los tesoros ocultos de la Biblia hebrea, o estudiar en profundidad la Paráshat  Shavúa, junto con ideas del Nuevo Testamento, estaré muy feliz en proporcionar más información (y también un descuento de maestro para nuevos estudiantes) respecto a los cursos de eTeacher[1] (juliab@eteachergroup.com) .

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[1] Por el momento solo ofrecemos el curso WTP en inglés, mientras que el curso DHB está en español y portugués.

About the author

Julia BlumJulia is a teacher and an author of several books on biblical topics. She teaches two biblical courses at the Israel Institute of Biblical Studies, “Discovering the Hebrew Bible” and “Jewish Background of the New Testament”, and writes Hebrew insights for these courses.

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