El Séptimo Mes

El llanto sin palabras

Estamos en el mes hebreo de Tishréi, el séptimo mes del calendario hebreo. Como todos saben, el número siete es muy importante en la Biblia. Así como el séptimo día es un símbolo profético del futuro reino mesiánico, también lo es el séptimo mes: el viaje del alma hacia la alegría del reino mesiánico se desarrolla gradualmente en este mes especial, a medida que avanzamos de un festival a otro.

Por supuesto, comenzaremos con el primero de TishréiRósh Hashaná. El término Rósh Hashaná en su significado actual no aparece en la Biblia. Levítico 23:24 se refiere a la fiesta del primer día del séptimo mes como Zikhrón Teru’á ([un] Sonido [Conmemorativo] del Toque [de las Trompetas]); Números 29:1 llama a la festividad Yóm Teru’á (Día [del] Toque de [la Trompeta]). Por lo tanto, el nombre hebreo bíblico para esta festividad es Yóm Teru’á  (יוֹם תְּרוּעָה‎‎), literalmente «día [de] gritos/explosiones», y generalmente se traduce como: Fiesta de las Trompetas. El único mandamiento que tenemos en la Torá para este día es, de hecho, tocar (el shofár). ¿Por qué?

La Torá no especifica por qué debemos tocar el shofár en Rósh Hashaná. Sin embargo, se pueden encontrar muchas explicaciones y probablemente conozcas algunas de ellas. «En Rósh Hashaná reconocemos a Dios como Rey del mundo. El toque del shofár anuncia este emocionante evento». O: «Nos recuerda el sonido que se escuchó cuando Dios descendió al Monte Sinaí y nos entregó la Torá». O: «Hecho de un cuerno de carnero, el shofár nos recuerda a la Aqedát Itzják, la atadura de Isaac, que se salvó cuando Dios le ordenó a Abraham que sacrificara un carnero en su lugar». Y, por supuesto, todas estas razones son verdaderas y válidas, pero hay algo más que me gustaría compartir aquí. ¿Según los comentarios judíos, qué más simboliza el sonido del shofár?

Probablemente sepas que el shofár de Rósh Hashaná inaugura el período de los «Diez Días de Arrepentimiento». Nuestros sabios enseñan que el sonido penetrante de un shofár simboliza el grito de alguien que no tiene palabras, que entra en estos días sin siquiera poder pronunciar las palabras de arrepentimiento, ¡pero aún desea llegar a Dios! ¿No somos todos así? Todos queremos que Dios nos escuche; queremos contarle acerca de nuestro mayor deseo –רצוננו לעשות רצונך, —¡es nuestro deseo de realizar tu voluntad! —y sobre nuestro constante fracaso en cumplirlo. Ya sea que lo describamos como nuestra «inclinación al mal», como lo hace el judaísmo, o que junto con Pablo digamos: «Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago». Sabemos que no cumplimos plenamente su voluntad; que estamos manchados de pecado y anhelamos ser limpiados. Y para eso tenemos el shofár: su sonido representa el grito del corazón que no tiene palabras, ¡pero aún anhela regresar a su hogar espiritual! Y aunque hay personas que no se conmueven ante el sonido del shofár, que pasan por estas fiestas santas con el corazón adormecido y sin ninguna chispa de reconocimiento interior, siempre hay corazones que se despiertan con este sonido penetrante, con este grito sin palabras y la esperanza muda llega al cielo.

El viaje del alma

Por lo tanto, el sonido del shofár es un recordatorio para cada alma (por eso se llama Yóm Zikhrón Teru’á). Cada uno de nosotros tiene su propia historia, pero también hay una historia mayor de la que cada uno de nosotros es parte, seamos conscientes de ello o no. Yóm Zikhrón Teru’á es un recordatorio de que somos parte de su historia. Es un recordatorio para cada uno de nosotros de que no somos huérfanos en este mundo, que tenemos un Padre verdadero y este Padre es Rey. Si recordamos también que en las Escrituras la palabra lizkór, «recordar», siempre requiere alguna acción —cuando leemos «Y el Señor se acordó de Noé… Sara… José», siempre hay alguna acción después de estas palabras— entenderíamos que el despertar del alma es solo el punto de partida, tras el cual debe seguir la acción real, el trabajo del alma. Esta obra del alma es el arrepentimiento que el Señor espera del alma. El sonido del shofár despierta el alma en Rósh Hashaná: el alma recuerda que tiene un Padre y un Rey, y emprende el camino del asombro y la humildad. Y luego entramos en los diez Días de Asombro.

Creo que estos diez días simbolizan el viaje del alma despierta. Este es el camino de alguien que fue despertado por el sonido del shofár para darse cuenta de que su Padre es Rey, y se regocija y tiembla de felicidad, pero gradualmente llega a comprender que Él también es su Rey y se humilla ante este conocimiento: Él es mi Rey, Él es mi Maestro, Él es mi Señor. Es la misma progresión que vemos en el Cantar de los Cantares: desde el júbilo inicial: «Mi Amado me pertenece», hasta el humilde reconocimiento: «Yo pertenezco a mi Amado». Y así llegamos a Yóm Kipúr, el día más solemne del calendario israelí, cuando se nos dice que «humillemos nuestras almas».

Judá y las slijót

¿Qué significa «humillar nuestras almas»? En Levítico 16, durante el ritual solemne de Yóm Kipúr, el Sumo Sacerdote debía confesar «todas las iniquidades de los hijos de Israel». Hoy en día, nosotros mismos confesamos nuestros pecados ante Dios en Yóm Kipúr. Es evidente que la confesión es un paso importante en esta «humillación de nuestras almas». Por lo tanto, antes y durante Yóm Kipúr, los judíos recitan oraciones especiales llamadas slijót —las oraciones de confesión y arrepentimiento—. Al comenzar nuestro tiempo de slijót, decimos:  מַה־נֹּאמַר֙ מַה־נְּדַבֵּ֖ר וּמַה־נִּצְטַדָּ֑ק – «¿Qué podemos decir? ¿Qué podemos hablar? ¿Y cómo podemos justificarnos?». Sorprendentemente, encontramos exactamente las mismas palabras en Génesis 44, cuando Judá habla con José después del supuesto «crimen» de Benjamín con la copa robada. Para mí personalmente, esta es una de las historias de confesión y humillación más profundas de toda la Torá. ¿Qué podemos aprender de aquí?

Probablemente recuerdes la historia y recuerdes que Benjamín no fue culpable de este crimen y tampoco lo fueron sus hermanos —ellos no robaron la copa—. Sin embargo, Judá comienza su discurso con estas palabras: «¿Qué podemos decir a mi señor? ¿Qué podemos hablar? ¿Y cómo podemos justificarnos? ¡Dios ha descubierto la iniquidad de tus siervos!».[1]  ¡Qué declaración tan sorprendente! Como si verdaderamente, durante mucho tiempo, hubieran ocultado su crimen, pero Dios descubrió su pecado y se los atribuyó, ¡y Judá confiesa la iniquidad que Dios ha encontrado! ¿Por qué dijo esto? Porque a estas alturas, Judá y sus hermanos ciertamente entendieron que lo que estaba sucediendo era entre ellos y Dios. No tenían motivos ni forma de justificarse. El Espíritu de Dios, que obraba detrás de toda esta escena, tocaba sus corazones y Él mismo dirigía el diálogo con ellos. No eran culpables de ese crimen en particular, pero aceptaron la convicción y el castigo de Aquel ante quien habían pecado tan terriblemente hacía mucho tiempo.

Esta debería ser nuestra actitud cuando acudimos al Señor con nuestras slijót, nuestras oraciones de confesión, en Yóm Kipúr: Incluso si al principio nos vemos inocentes con respecto a algunos pecados, cuando nos presentamos ante Dios y abrimos nuestros corazones a los rayos de su luz, saca las cosas a la superficie y la confesión se vuelve profunda y real. Es por eso que las palabras de Judá que abren una de las más hermosas historias de confesión, pasaron a formar parte de las oraciones regulares de slijót. Esto también proporciona una idea importante del carácter de Dios: claramente el arrepentimiento es tan importante para Él, que establece la línea real de Israel de la tribu de Judá.

 

[1] Génesis 44:16.

 

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About the author

Julia BlumJulia is a teacher and an author of several books on biblical topics. She teaches two biblical courses at the Israel Institute of Biblical Studies, “Discovering the Hebrew Bible” and “Jewish Background of the New Testament”, and writes Hebrew insights for these courses.

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