Cosas Del Cielo Y De La Tierra

Cosas del cielo y de la tierra

La porción de la Torá Vayetzé cubre los veinte años de la vida de Jacob, y como indudablemente saben, muchísimas cosas sucedieron durante esos años, como siempre, debo contenerme y escoger cuidadosamente los pocos tópicos que voy a comentar hoy. Como siempre, intentaré enfocarme en los paralelos y en la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento ya que este es un tema importante para la mayoría de mis lectores.

Conectando el cielo y la tierra

Primero que todo, es imposible hablar de esta porción sin hablar o mencionar el sueño de Jacob. Al final de la última porción, Isaac envía a Jacob a Padan-aram para tomar una esposa de allí. Recordemos que esto sucedió después de la historia de la «bendición robada» —la bendición que Jacob recibió por parte de Isaac mientras pretendía ser Esaú— y que Jacob realmente estaba huyendo de su hermano. Sin casa, asustado y exhausto, en el camino de Beeseba a Harán, Jacob se detuvo en cierto lugar para descansar en la noche. «Entonces soñó, y he aquí una escalera fue puesta sobre la tierra y la parte superior llegaba al cielo».

«La escalera de Jacob» es uno de los más conocidos encuentros humanos con Dios en la Biblia, y hay una clarísima alusión a esta escalera en el primer capítulo del Evangelio de Juan. Sin embargo, primero encontramos una alusión indirecta al encuentro de Jacob en las palabras de Jesús sobre Natanael (precediendo a su mención de la escalera): «Jesús vio a Natanael que venía hacia Él y le dijo: “He aquí un verdadero israelita en quien no se ha encontrado engaño”».[1] Jesús parece aplicar aquí la metodología más básica de la hermenéutica judía: Kál v’jómer, «un argumento a fortiori». Cuando Jacob tuvo su sueño en Betel, él escapaba de la ira de su hermano después de haber engañado a su anciano padre. Si Dios, en su gracia y misericordia, se reveló a sí mismo a Jacob, aún después de su engaño, kál v’jómer, cuánto más el mismo Dios se revelará a sí mismo a los israelitas en quienes «no hay engaño».

Entonces Jesús se representa a sí mismo como la «verdadera escalera» conectando la tierra y el cielo: la escalera por la que la revelación y la salvación de Dios vienen del cielo a la tierra: «Y Él le dijo: “en verdad les digo que a partir de ahora verán los cielos abiertos y a los ángeles de Dios que ascienden y descienden sobre el Hijo del Hombre”».[2] No hay duda de que  Jesús aquí se refería al sueño de Jacob y sugiere que a partir de ahora, el Hijo del Hombre tomaría el rol de esta escalera —cerrando la brecha entre el cielo y la tierra—. En otro versículo Juan deja muy claro que el Hijo del Hombre es el único que bajó del cielo y el único que ascendió al cielo: «Nadie ha ascendido al cielo, sino Aquel que descendió del cielo, esto es, el Hijo del Hombre».[3]

A través de su sueño, Jacob recibió la revelación de Dios y la confirmación de las mismas promesas que Dios dio a Abraham y a Isaac. Según Juan, a través del Hijo del Hombre, sus seguidores también recibirán la revelación y la afirmación de las promesas anteriores: «de aquí en adelante verán los cielos abiertos…». Jesús llegó como un Hijo del Hombre trascendental, eterno y universal[4] —y al referirse al sueño de Jacob, al puro principio de su Evangelio—, Juan sintoniza a sus lectores con este aspecto celestial y trascendental de Jesús: al Jesús siendo el «Hijo del Hombre» y conectando el cielo y la tierra.

Crimen y castigo

Nuestro próximo episodio sucede veinte años después, en el camino de regreso de Jacob. En Génesis 31, después de largos años sirviendo a Labán, Jacob decide regresar a su tierra, junto con sus esposas e hijos. Toda su partida (o más bien huída) fue tan impropia, que la Torá acusa tanto a Jacob como a Raquel del horrendo pecado del robo, usando en ambos casos la misma palabra: «robar». Raquel no solo robó (ותגנב רחל) «los ídolos de la familia que estaban en casa de su padre», como probablemente recordarán, pero para nuestra gran sorpresa, descubrimos que Jacob «robó el corazón de Labán» (ויגנב יעקב את-לב לבן)[5] porque no le informó de que se estaba marchando y se estaba llevando con él a sus esposas e hijos, es decir, a las hijas y a los nietos de Labán. Casi nunca encontramos en las Escrituras un juicio moral explícito, pero en este caso, la Torá utiliza una palabra muy fuerte y simplemente no podemos ignorarla.

Jacob se va, pero tiempo después Labán lo alcanza y lo acusa de ambos hechos, de haber escapado y de haber robado sus ídolos. Alcanzado y acusado por Labán, Jacob está absolutamente convencido de que, como una cuestión de principio, no podría haber ninguna propiedad robada en su campamento. En las profundidades de su interior, él es insultado por tal suposición. Indignado por tal acusación y no sabiendo sobre el robo de su esposa, invita a Labán a registrar el campamento jurando que quien robó, moriría. Y Labán comienza la búsqueda.

Labán busca en todas las tiendas pero aún no encuentra sus ídolos. Raquel se había sentado encima de ellos, y la historia parece terminar favorablemente. Aunque, ¿fue realmente el final? ¿Recuerdan que poco después de regresar a la tierra, Raquel, todavía siendo una mujer joven, inesperadamente muere en el parto? Muchos lectores no ven alguna conexión entre su muerte y la búsqueda de Labán en el Capítulo 31. Aún así, los comentaristas judíos conectan este trágico evento con el juramento de Jacob a Labán: «A quien tú le encuentres tus dioses, no le permitas vivir».[6] Este juramento se cumplió, no solo por Labán, sino por el mismo Dios: Aquel que había robado los terafines tenía que morir.

El hebreo muestra que Jacob y Raquel también percibieron esta conexión. El nombre que la madre moribunda le da a su hijo —Ben-Oni— probablemente significa «el hijo de mi iniquidad» (און שלי, «mi maldad»). Comprensiblemente, Jacob no quiso que su hijo llevara este nombre, por lo tanto, le llamó Benjamín, «el hijo de la mano derecha», que también puede interpretarse como «hijo del juramento», ya que la mano derecha en la Biblia a menudo simboliza un juramento.

Hay algunas leyes espirituales sobre las que nos hablan las Escrituras —invisibles y a menudo ignoradas—, no obstante, estas son tan inviolables como la ley de la gravedad. Por eso el juramento de Jacob acaba con la trágica muerte de Raquel. La conexión se pierde en la traducción, pero las Escrituras hebreas lo dejan muy claro. Más aún, una generación después, esta búsqueda de los ídolos robados que nunca se encontraron, repercuten en el registro de su hijo Benjamín, quien, aunque no robó nada, fue acusado de robo[7].

Transformación interna

Es muy interesante observar a Jacob en este episodio. Con su reverencia hacia Dios, Jacob sabe muy bien que robar es pecado, e incluso la idea de que pueda de algún modo estar involucrado en un robo, para él es insoportable. Sin embargo, a pesar de ello, no es consciente de haber pecado contra Labán —ya que no siente que «robar un corazón», o decepcionar, también es pecado—. No obstante, la palabra hebrea ganáv lo deja muy claro: robar un corazón también es un grave pecado ante los ojos de Dios. Y esto es lo que Jacob pronto aprenderá porque, aunque él no está consciente de esto, está de camino al encuentro más importante de su vida —y del cambio más profundo de su corazón—.

Jacob es alcanzado en esta búsqueda, de camino a Jaboc, de camino al lugar que él llamaría Peniel, donde ve «a Dios cara a cara»[8] de camino al encuentro que cambiaría su nombre para siempre, su carácter y su misma vida. Entonces, él será capaz de comprender que, el robo completamente visible no solo es pecado, sino que «robar un corazón» aunque es invisible a la simple vista, también es pecado. Así pues, estamos comenzando a ver qué es verdaderamente importante para Dios: aunque hayan pasado veinte años, y mucho haya cambiado, y que todas las circunstancias externas de la vida de Jacob hayan cambiado por completo, aún así, el cambio y la transformación más importante ante los ojos de Dios es la transformación de su corazón —y el criterio más claro para esa transformación será la reconciliación con su hermano—. «Porque quien no ama a su hermano o hermana, a quienes han visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto». La próxima semana observaremos juntos esta sorprendente transformación y la reconciliación igualmente maravillosa de los dos hermanos.

 

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[1] Juan 1:47.

[2] Juan 1:51.

[3] Juan 3:13.

[4] Si están interesados en este tema, pueden leer mis artículos sobre el Hijo del Hombre en este blog, por ejemplo: https://blog.israelbiblicalstudies.com/jewish-studies/messiah-son-man/

[5] Génesis 31:19-20 (en hebreo la palabra «robar» se usa en ambos versículos).

[6] Génesis 31:32.

[7] Pueden leer más sobre este paralelo entre los dos registros en mi libro «If you are Son of God».

[8] Génesis 32:30.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

About the author

Julia BlumJulia is a teacher and an author of several books on biblical topics. She teaches two biblical courses at the Israel Institute of Biblical Studies, “Discovering the Hebrew Bible” and “Jewish Background of the New Testament”, and writes Hebrew insights for these courses.

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