Cuando en Simját Torá completamos el ciclo de lecturas de la Torá, inmediatamente comenzamos un nuevo ciclo, leyendo desde la primera porción de la Torá —Bereshít (En el Comienzo)—. La mayoría de mis lectores saben que estoy muy entusiasmada en descubrir la continuidad entre elTanáj (el Antiguo Testamento) y el Nuevo Testamento y por eso en estas páginas ya hemos hablado sobre un paralelismo inconfundible entre el comienzo de la primera porción y el comienzo del Evangelio de Juan. El principio del Cuarto Evangelio también podría llamarse Bereshít ya que el lenguaje de Juan, claramente y a propósito, hace eco del lenguaje de Génesis 1, tanto en Génesis 1 como en Juan 1:1 somos testigos del orden perfecto de Dios y del comienzo perfecto de la creación (aquellos que estén interesados, pueden leer mi artículo en estas páginas: \https://blog.israelbiblicalstudies.com/jewish-studies/new-testament-reflections-beresheet/.
Hoy, sin embargo, vamos a hablar sobre ese punto en Génesis, que terminó el orden perfecto de Dios. Todos saben que hablo de aquel trágico capítulo donde Adám y Eva (Javá) pecaron —donde violaron el mandato que Dios les dio y comieron del fruto del árbol del conocimiento—. Todo cambió y fue puesto al revés en Génesis 3; y es en ese momento fatal que leemos: «Y sus ojos fueron abiertos…».
¿Qué significa eso, que los ojos de Adám y Eva fueran abiertos? Sí, Adám y Eva por primera vez se dieron cuenta de que estaban desnudos, pero fue mucho más que eso. Según las Escrituras, la caída no fue simplemente uno de los eventos en la historia de la creación, fue un cataclismo global, un cambio total en el estado del universo. Lo que la Biblia describe como: «los ojos (de Adám y Eva) siendo abiertos» es una de las manifestaciones y consecuencias más sustanciales y fundamentales de este cambio global. Adám y Eva, quienes hasta entonces habían visto a Dios en su realidad, y vieron todo solamente en su luz y a la luz de su realidad, comenzaron a ver el mundo con una visión nublada por el pecado, que desde ese momento en adelante vino a ser y sigue siendo la visión de la humanidad sobre la realidad. Su innata habilidad para ver a Dios se oscureció y se perdió, e incluso Adám y Eva, por no mencionar a sus descendientes, comenzaron a ver este mundo en la forma en que la humanidad sigue viéndolo a través de los siglos: cargada por el pecado material y físico. Abandonaron su presencia y «sus ojos fueron abiertos» a esta cosmovisión. Desde entonces para «ver lo invisible», el ser humano necesita la «fe». Por eso es que el Señor estaba tan preocupado en que no «levantaran su mano y tomaran también del árbol de la vida, comieran y vivieran para siempre»; que no permanecieran para siempre así, incapaces de ver la realidad espiritual —capaces solo de ver lo material y físico…—.
Como ya sabrán, normalmente comparto ideas hebreas en estas páginas, pero hoy, ya que trataremos con el Nuevo Testamento, me gustaría examinar algo en griego aquí, como vemos en la Septuaginta (la traducción griega del Tanáj). La frase «sus ojos fueron abiertos» en griego dice así: δε διηνοιχθησαν οι οφθαλμοι. El verbo Δι-ανοιγω significa «completamente, totalmente abierto». Esta palabra se encuentra varias veces en la Septuaginta pero la única vez en toda la Septuaginta donde encontramos esta frase completa ocurriendo exactamente en el mismo orden que Génesis 3, es en el Nuevo Testamento. Este suceso es extremadamente significativo: es en el último capítulo del Evangelio de Lucas (Lucas 24) en la historia de Emmaús —una de las historias más dramáticas y significativas del Nuevo Testamento—. Estoy segura que está familiarizado con esta historia. Dos de los discípulos de Jesús bajan de Jerusalén, deprimidos y frustrados por la muerte del maestro; el Jesús resucitado se les une, no lo reconocen porque sus ojos están cerrados; y es solo al final de la historia que leemos: «sus ojos fueron abiertos y le reconocieron».[1] Estas son exactamente las mismas palabras que encontramos en Génesis 3:7.
¿Cuál es el significado de este paralelo? Primero que todo, es importante mencionar que, según la opinión de los expertos académicos, el griego de Lucas es el mejor de los cuatro Evangelios. Parece ser que el griego fue la lengua nativa del evangelista. Desde luego, parece ser que está tan cómodo con el griego que es capaz de adaptar su estilo a las diferentes circunstancias y orígenes. Por ejemplo, el griego del Prólogo (1:1-4) es clásico en su Evangelio, mientras que el griego de la narrativa infantil es semitizada a propósito, mientras que el griego de los sermones en Hechos, parece estar afectado por las circunstancias de cada orador. No cabe duda de que Lucas conocía bien la Septuaginta y probablemente estuvo familiarizado con ella. Por lo tanto, el análisis comparativo de las palabras griegas usadas por él, con aquellas de la Septuaginta, pueden ser esclarecedoras.
En este caso, Lucas parece repetir a propósito la oración de Génesis, para enfatizar la mayor revisión de lo que sucedió con la muerte y resurrección de Jesús y dejar claro esta conexión entre ese momento cuando Adám y Eva pecaron, abandonaron su presencia, y sus ojos fueron abiertos a este mundo en el Capítulo 3 de Génesis, y en ese momento fundamental que vemos en la historia de Emmaús cuando «sus ojos fueron abiertos». Abiertos otra vez —pero ahora están abiertos en la dirección opuesta— abiertos hacia Dios y su presencia. Desde el punto de vista de Lucas y del Nuevo Testamento, todo el plan de Dios para la humanidad, se basa entre estos dos pares de ojos abiertos. Lucas quiere hacernos ver la conexión sobre la que escribe Pablo en Romanos: «Porque así como por la desobediencia de un hombre, muchos fueron hechos pecadores, así también por la obediencia de un hombre muchos serán justificados», y aunque ciertamente esto está más allá del objeto a tratar con el conocimiento teológico cristiano de la muerte y resurrección de Jesucristo, como restaurando el estado original del universo, es importante resaltar —y no estoy consciente de que alguien haya abordado este hecho hasta ahora— esta sorprendente simetría entre la frase «sus ojos fueron abiertos» en Lucas 24 en contraste con «sus ojos fueron abiertos» en Génesis 3 —la simetría que ayuda al lector a comprender la profundidad y la grandeza de lo que pasó en el camino de Emmaús—.
[1] Lucas 24:31.
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