Los vigilantes
La segunda Parashat Shavua del año es Nóaj (Noé). La última vez hablamos de Génesis 3 como el capítulo crucial para entender la teología cristiana: desde luego, si preguntamos a cualquier cristiano de hoy en día «¿por qué existe el pecado en el mundo?» Casi indudablemente la respuesta sería: «la caída», —pero no siempre fue así—. Si le haces la misma pregunta a un judío viviendo en el periodo del Segundo Templo, la respuesta sería dramáticamente diferente. Sí, la entrada del pecado en el mundo bueno de Dios ocurrió en el Edén, pero el testimonio unánime del judaísmo del Segundo Templo es que «los vigilantes son culpables por la proliferación del mal en la Tierra».[1]
Para que se pueda comprender quienes fueron estos vigilantes, leamos el infame comienzo del capítulo 6 del libro de Génesis (aunque estos versículos pertenecen formalmente a la primera porción de la Torá, lo comentaremos aquí, ya que la historia de Noé y la imagen en el Nuevo Testamento no se pueden comprender adecuadamente sin esta historia). No muchos versículos de la Biblia plantean tantas preguntas como estos versículos:
«…los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas; y tomaron para sí esposas de todas las que escogieron… En aquellos días hubo gigantes en la Tierra, y también después, cuando los hijos de Dios se allegaron a las hijas de los hombres y ellas les dieron hijos…»
Durante siglos, las personas han debatido sobre si la expresión «hijos de Dios» se refiere aquí a los ángeles o a los hombres, y quiénes fueron esos nefilím/gigantes. Muchos eruditos respetables han comentado sobre este tema durante años, y todavía se está debatiendo la identidad de los nefilím y de los hijos de Dios. Sin embargo, en la comprensión del judaísmo del Segundo Templo, los vigilantes o «los hijos de Dios» fueron claramente seres angelicales; por lo tanto, el judaísmo del Segundo Templo vio en estos versículos no solo la historia de una rebelión sobrenatural, sino uno de los versículos centrales en la teología bíblica y en la comprensión del plan de Dios en la historia. El Libro de los Vigilantes, (primera parte del libro de Enoc) describe la revuelta de los vigilantes celestiales que permitieron la maldad en la Tierra. Los vigilantes produjeron gigantes en la Tierra mediante su unión con mujeres humanas, y estos gigantes no son solo moralmente perversos, sino también espiritualmente destructores. Ya que los escritores del Nuevo Testamento pertenecieron al judaísmo del Segundo Templo, esta comprensión de los vigilantes, siendo responsables del mal sobre la Tierra, tuvo que ser parte de su teología —y debemos mantener eso en mente mientras leemos las Escrituras del Nuevo Testamento con respecto a Noé— (ver por ejemplo Mateo 24:36-39; 2 Pedro 2:1-9, 2 Pedro 3:18-20).
Sean salvos de esta generación perversa
Con esta horrible corrupción como antecedente, es que la historia de Noé —y nuestra porción de la Torá— finalmente comienza: en medio de toda esta corrupción, vemos a un hombre que claramente agradó a Dios —quien fue salvo, y a través de quien la humanidad fue salva—. Las Escrituras nos dicen que «Noé encontró gracia a los ojos del Señor». ¿Por qué? ¿Qué tuvo de especial? ¿Cuál fue el secreto de encontrar gracia a los ojos del Señor?
Después de todo lo que acabamos de comentar aquí, la principal y la más obvia sugerencia sería respecto al linaje de Noé. Varios comentaristas asumen que la expresión «perfecto en sus generaciones»[2] debería ser leída en el sentido de su «linaje perfecto»: Noé fue perfecto en su genealogía. Su linaje fue puro ya que fue totalmente humano, y esa fue la más poderosa razón para que Dios lo escogiese.
Aunque debemos recordar, que el Dios de la Biblia, ante todo es Dios de los corazones. Por eso no tengo ninguna duda de que el corazón de Noé también fue puro y que desde luego, justo delante de Dios. Las Escrituras nos dicen muy claramente que Noé «caminó con Dios» (a propósito, solo hay dos personas en toda la Biblia que son descritas así: Enoc y Noé). Sí, Noé tuvo un linaje puro, pero también fue justo delante de Dios; de hecho, estas dos cosas están conectadas y van de la mano: el linaje de Noé permaneció incorruptible porque fue justo. Estuvo completamente separado del mundo pecaminoso y de personas pecadoras (y medio-pueblo) alrededor de él —y es por eso que fue perfecto en sus generaciones—. ¿Sabes que en hebreo la palabra kadósh, קדוש, santo, también significa «separado»: las palabras «at mekudéshet li»,את שתמקוד לי, cuando el novio se lo dice a la novia en la ceremonia de una boda judía, debajo de la jupá, simultáneamente significa tanto, «tú estás separada para mí» como «tú eres santa para mí». Esto es exactamente lo que Dios esperaría y demandaría después de su pueblo: deben estar separados de este mundo para poder ser santos.
En su primera proclamación pública sobre el mesianismo de Jesús, el Apóstol Pedro, dirigiéndose al pueblo que le rodeaba «con muchas otras palabras… testificó y les exhortó diciendo, “sean salvos de esta generación perversa”».[3] Aunque el Apóstol Pedro no se refirió aquí a Noé, el hecho de que justo después de declarar la fe salvadora en Jesucristo y alentar a su audiencia a arrepentirse y ser bautizados, el Apóstol les ruega que se aparten «de esta generación perversa», ciertamente nos recuerda la historia de Noé. Además, sabemos que Pedro se refiere a Noé varias veces en sus epístolas[4]; sabemos que para los escritores del Nuevo Testamento, Noé es el ejemplo característico de quien se separa de una generación malvada y corrupta, y por lo tanto, es salvo. Noé, con su corazón puro, estuvo separado del mundo corrupto —y como resultado de su justicia—, tuvo un linaje humano puro, no corrompido por la semilla no-humana. Así pues, Noé fue el candidato perfecto para el plan de Dios: «él encontró gracia a los ojos del Señor».
Noé, prototipo del Mesías
Ningún estudio sobre esta porción de la Torá puede estar completo sin contemplar a Noé como prototipo del Mesías. El mismo nombre de Noé tiene un significado muy profético. Leemos en Génesis 5 que Lamec, el padre de Noé «le llamó Noé diciendo: “Este nos proveerá descanso de nuestro trabajo y del esfuerzo de nuestras manos fuera de la tierra que el Señor puso bajo maldición».[5] La raíz hebrea del nombre de Noé significa «descanso» —por eso su padre le consideró como aquél que sería dador de descanso y como aquél que les proporcionaría confort y liberación de la maldición—. Sabemos que en Génesis 3, Dios maldijo la tierra y expulsó a Adán y a Eva del jardín —pero Él también les dio una promesa (en el cristianismo a menudo se le conoce como protoevangelium) de la venida de un salvador. Es obvio, por las palabras de Lamec, que incluso estas primeras generaciones ya estaban extremadamente cansadas de esta la maldición y esperaban el cumplimiento de esta promesa. El miró a Noé como aquél que les traería liberación de la maldición, como aquél que les daría descanso y confort—tal como lo hizo el Mesías del Nuevo Testamento, Jesucristo—: «Vengan a mí, todos los que trabajan y están cargados, y yo les daré descanso».[6]
[1] Heiser, Michael S. Reversing Hermon: Enoch, the Watchers, and the Forgotten Mission of Jesus Christ (Kindle Locations 107).
[2] Génesis 6:9.
[3] Hechos 2:40.
[4] 2 Pedro 2:1-9, 2 Pedro 3:18-20.
[5] Génesis 5:29.
[6] Mateo 11:28.
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