Tres MÁs Cuatro: Lea

Cuando hablamos de Rebeca, vimos un detalle interesante en su historia. Al final de Génesis 24, se nos dice que «Isaac amó a Rebeca» (יֶּאֱהָבֶ֑הָ) y esta es la primera vez que el verbo «amar» (en hebreo: aháv) aparece en la Torá en un sentido romántico, refiriéndose a una relación entre un hombre y una mujer. Los sentimientos de Isaac por Rebeca deben haber sido muy fuertes si la Torá encuentra necesario introducir este verbo aquí.

Aunque no tenemos este verbo que se refiere a Abraham y a Sara, no hay dudas de que Abraham amó a Sara. La mayoría de ustedes probablemente saben que, incluso hoy en día, una esposa estéril presenta un problema tan grande en una familia judía que su esterilidad proporciona razón suficiente para que el marido se divorcie de ella. Sin embargo, Abraham se había quedado con Sara durante todos estos largos años antes de que ella diera a luz a Isaac, se había quedado a pesar de que ella era estéril, ¡así que no puede haber ninguna duda sobre su amor por su esposa!

Es claro, entonces, que hasta ahora hemos estado hablando de las madres que habían experimentado un gran amor por sus maridos. La mujer de la que vamos a hablar hoy estuvo en una situación completamente diferente: no solo Lea no fue amada, sino que la palabra principal que encontramos en la Torá con respecto a Lea, así como la palabra principal de su propia descripción, es «odiada». ¿Cómo lidió Lea con eso? ¿Y cómo lidió Dios con eso?

Comencemos desde el principio. Todos conocemos la historia: Jacob se enamora de Raquel, la hija menor, trabaja siete años para Labán para poder casarse con ella, pero en la noche de bodas, Labán sustituye a Raquel por su hija mayor Lea. Antes de eso, leemos: «Ahora bien, Labán tenía dos hijas; el nombre de la mayor era Lea y el nombre de la menor era Raquel». Así es como se presentan las hermanas. La Torá dice que «Raquel tenía hermosos rasgos y una hermosa tez» y lo único que descubrimos sobre Lea es que sus «ojos eran tiernos».

La palabra «tierno» (rakót) ha sido objeto de muchos comentarios a lo largo de los siglos. Podría significar muchas cosas: hermoso, débil, miope, pero personalmente prefiero la interpretación ofrecida por Rashi (y también algunos comentarios midráshicos). Rashi dice que la expresión «ojos tiernos» significa a «Lea se le saltaban fácilmente las lágrimas». Esta chica era muy emocional y muy vulnerable. El Rabino Jonathan Sacks escribe: «Ella no tenía la resistencia que podría haberla llevado a través del apego de su esposo a su hermana menor. Era de piel fina, sensible, en sintonía con los matices, fácilmente lastimada».[1]

A veces hay «pequeños» detalles en las Escrituras que brindan ideas sorprendentes y pueden ser absolutamente reveladores y, sin embargo, podrían pasarse por alto fácilmente, especialmente en la traducción. Por ejemplo, un pequeño detalle acerca de que Rebeca escuchó una conversación entre Isaac y Esaú, en Génesis 27, dice mucho: si Isaac estaba planeando bendecir a su hijo primogénito y ni siquiera lo compartió con Rebeca, significa que la relación entre esposo y esposa había cambiado y se había dañado severamente a lo largo de los años. No sabríamos eso, sin embargo, si nos perdemos este pequeño hecho. De la misma manera, podemos recopilar mucho de los «certificados de nacimiento» de los hijos de Lea: si prestamos mucha atención a sus nombres, veremos no solo su dolor, ¡sino también su increíble viaje espiritual!

Leemos:

«Y vio el Señor que Lea era aborrecida, y abrió su matriz; pero Raquel era estéril. Y Lea concibió y dio a luz un hijo, y le puso por nombre Rubén, porque dijo: “Porque el Señor ha visto mi aflicción, pues ahora mi marido me amará”. Y concibió otra vez, y dio a luz un hijo; y dijo: “Por cuanto oyó el SEÑOR que yo era aborrecida, me ha dado también este hijo”, y llamó su nombre Simeón. Y concibió otra vez, y dio a luz un hijo; y dijo: “Ahora esta vez se unirá mi marido conmigo, porque le he dado a luz tres hijos”; por eso se llamó su nombre Leví».[2]

Incluso en la traducción está claro que los nombres de sus tres primeros hijos lo delatan todo: ¡lo único que le importa a Lea en este momento es su esposo! ¡Ella está pidiendo, suplicando, llorando por el amor y el afecto de Jacob! ¿Cuántas lágrimas derramaron sus tiernos ojos? ¿Cuántas noches sin dormir estuvo llorando en su cama, sintiéndose rechazada, no amada, odiada? Se vuelve aún más obvio si analizamos estos nombres en hebreo: aunque Lea habló de Dios viendo su aflicción, de hecho, el nombre de Rubén en hebreo –ra’u bén– tiene el verbo «ver» en plural, y por lo tanto, implica múltiples testigos. Como si Lea estuviera diciendo: «¡Miren, todos! ¡Tengo un hijo! (Las implicaciones son claras: le di un hijo, ¿no creen que debería ser suficiente para que mi esposo me ame?)».

Hay una explicación interesante adjunta al nombre del tercer hijo. El nombre de la tribu sacerdotal más espiritual de Israel en realidad proviene de una idea muy práctica. El nombre Leví tiene la misma raíz que la palabra lelavót: acompañar, escoltar. Hace años, una madre judía con muchos niños pequeños me lo explicó por primera vez. Es muy obvio por qué Lea lo llamó Leví, dijo: «cuando tienes dos niños pequeños, todavía puedes llevarlos con tus dos manos, uno a cada lado; sin embargo, una vez que nace un tercer hijo, ya no tienes manos libres, necesitas que tu esposo lleve a uno de los niños». Este fue el razonamiento simple y práctico de Lea detrás de este nombre: ¡ahora mi esposo no tendrá más remedio que acompañarme! Una vez más, ¡lo único que le importa es la presencia y la atención de su esposo!

Sin embargo, sabemos que Lea se convirtió en una de las matriarcas de Israel, una de las cuatro, ¡y definitivamente no estaría allí si siguiera siendo una mujer amarga y miserable que suplica por el amor de su esposo! Esta historia tenía que ser una historia de sanación: Lea no podía convertirse en matriarca si su corazón no sanaba, si finalmente no alcanzaba la paz, si no se reconciliaba con sus circunstancias y su vida. Sí, obviamente pasó por años de continua humillación y dolor; pero a través de este dolor, Dios había estado tratando con ella y sanándola. No sabemos cuántas lágrimas derramaron sus tiernos ojos ni cuántas horas pasó llorando desesperadamente ante el Señor, pidiéndole que limpiara su corazón de envidias y celos, que la fortaleciera y le diera paz. Sin embargo, al final de Génesis 29, vemos claramente esta curación consumada en el nombre de su cuarto hijo, ya que leemos un informe completamente diferente:

«Y concibió otra vez, y dio a luz un hijo, y dijo: “Ahora alabaré al SEÑOR; por eso llamó su nombre Judá”».[3] 

¡Cuán diferente es este nombramiento del nombramiento de los tres primeros hijos! Ahora vemos a la mujer que quiere alabar al Señor –alabarlo sin importar sus circunstancias–. Las circunstancias no cambiaron, por cierto: seguía siendo la esposa menos amada, todavía sufría por eso, no dejaba de amar a su marido, no dejaba de añorar su amor y su cariño –y el nombre de ¡sus hijos quinto y sexto lo demuestran!–. Sin embargo, el camino espiritual que acabamos de trazar, nos revela a la mujer que sabe alabar al Señor, pase lo que pase, y por eso se convierte en una de las madres de Israel.

 

[1] https://www.rabbisacks.org/covenant-conversation/vayetse/leahs-tears/

[2] Génesis 29:31-34.

[3] Génesis 29:35.

 

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About the author

Julia BlumJulia is a teacher and an author of several books on biblical topics. She teaches two biblical courses at the Israel Institute of Biblical Studies, “Discovering the Hebrew Bible” and “Jewish Background of the New Testament”, and writes Hebrew insights for these courses.

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