¡Feliz Año Nuevo, queridos lectores! La mayoría de nosotros amamos los nuevos comienzos —y la mayoría de nosotros comenzamos un nuevo año con algunas resoluciones fantásticas de Año Nuevo—. Sin duda, algunos de mis lectores han decidido leer toda la Biblia durante este año. El año pasado invertimos mucho tiempo hablando sobre el libro de Génesis. Este año, voy a intentar proporcionales más comentarios sobre las raíces judías del Nuevo Testamento. ¿Y qué podría ser más apropiado para el comienzo del año nuevo que un artículo sobre el comienzo de este libro?
DOS PARTES DEL MISMO LIBRO
Hay una clara división entre el “Antiguo Testamento” y el “Nuevo Testamento” en cada Biblia cristiana. Aunque las palabras “Antiguo Testamento” son un verdadero engaño: uno podría pensar que de verdad no necesita conocer el Antiguo para poder conocer el Nuevo. De hecho, lo contrario es más bien verdadero: El Nuevo Testamento viene como el final de este libro, así pues, nunca se le puede comprender sin haber leído el principio. Sin embargo, si este es un nombre inadecuado, ¿cómo deberíamos nombrar al Antiguo Testamento?
Aquí en Israel, nosotros le llamamos el Tanach (תַּנַ»ךְ), que es un acrónimo de las primeras letras hebreas de cada una de las subdivisiones tradicionales: Torá (“Enseñanza” o Pentateuco), Nevi’im (“Profetas”) y Ketuvim (“Escritos”); podríamos llamarlo las Escrituras hebreas o la Biblia hebrea. Lo más importante es comprender que la revelación de Dios no puede ser “vieja”: necesitamos leer y comprender bien la Biblia hebrea para poder leer y comprender el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento no es un texto independiente y autosuficiente —es una parte de la Gran Revelación que comenzó en el libro de Génesis—.
Aquí hay alguna evidencia adicional de esta conexión inseparable. Las palabras introductorias del Nuevo testamento: El libro de la genealogía (de Jesucristo) —llegan a ser incluso más significativas a la luz de la Torá, porque el mismo comienzo ocurre muchas veces allí—. Lo encontramos por primera vez en Génesis 2:4, cuando se abre un segundo relato de la creación. Forma aquí un puente literario, conectando y manteniendo unidas las dos historias de la creación —no leerían Génesis 2 sin leer Génesis 1, ¿verdad?—
A la luz de esto, ahora podemos comprender que el versículo introductorio del Nuevo Testamento es también como un puente, conectando y manteniendo unidas dos partes muy importantes de las Escrituras: la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento. Se relacionan entre sí de la misma forma que se relacionan las dos historias de la creación: no podemos leer solo la segunda parte sin la primera.
Una vez escuché a un famoso escritor israelí, Meir Shalev, hablando sobre su padre, un profesor del Tanach de la Universidad Hebrea, quien luchó durante la guerra de la Independencia (fue en 1948 —pero por desgracia, es nuestra realidad incluso hoy en día: nuestros profesores también sirven en el ejército—). En cierto momento tuvo que pasar mucho tiempo con un soldado inglés quien resultó ser un ferviente cristiano. Hablaron mucho sobre la Biblia. Muy impresionado por el conocimiento del profesor, el soldado inglés dijo: “Oh, no sabía que nuestro Antiguo Testamento estaba traducido al hebreo”. No es una broma —es una historia verídica—. Tristemente hoy en día hay muchos cristianos que dirían lo mismo. Incluso muchas personas creen lo mismo del Nuevo Testamento, y como no tenemos un hebreo original del Nuevo Testamento, su afirmación podría verse justificada; parece ser menos obvio de que sea un libro judío. Sin embargo, el hecho de que este libro se abra de la manera más judía que se pueda imaginar, habla por sí mismo.
El “14” EN LA GENEALOGÍA DE MATEO
El Evangelio de Mateo, el primer Evangelio del Nuevo Testamento, empieza con la genealogía de Jesús. Mateo presenta los nombres de esta genealogía en tres apartados de 14 generaciones cada uno: “De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce”.[1] El número 14 parece un número raro: no tiene significado en la Biblia fuera de este pasaje. Entonces, ¿por qué 14?
El número catorce es un claro ejemplo de gematría —un método interpretativo judío que asigna números a cada letra hebrea—. La gematría calcula el valor numérico de una palabra en particular y la compara con otra que tenga exactamente el mismo valor numérico, revelando así una conexión entre ellas.
Mateo construye su genealogía alrededor del número 14 porque el nombre de David en hebreo tiene un valor de 14 (dalet + vav + dalet, o 4 + 6 + 4 = 14). David también es el decimocuarto nombre en la lista de la genealogía. El énfasis en David aquí es abundantemente claro. Mateo usa este número 14 para conectar a Jesús con el rey David, y así presentar su genealogía en una forma judía diferente.
Tanto la genealogía como la gematría fueron importantes entre los judíos del primer siglo, por eso, fue claramente muy importante para Mateo usar ese número, dejando así de claro la conexión entre Jesús y David.
CUATRO MUJERES
¿Por qué Mateo incluye a Tamar, a Rahab, a Rut y a Betsabé en la genealogía de Jesús? Desde que el Evangelio de Mateo fue escrito, esta pregunta ha sido interminable. Hay cuatro matriarcas bíblicas en Israel: Sara, Rebeca, Raquel y Lea; si Mateo incluyó a mujeres, ¿no sería más lógico que estas cuatro madres hubieran estado en la genealogía del Mesías judío? ¿Por qué las matriarcas no se mencionan del todo, mientras que estas otras cuatro mujeres son nombradas explícitamente?
Demos una rápida mirada a estas mujeres. Tamar se disfrazó como prostituta y engañó a Judá su suegro, para tener un hijo de él. De esta unión nació Perez, y de él descendió David —y Jesús—. Rahab fue realmente una prostituta. Vivió en Jericó y “escondió a los mensajeros que Josué había enviado a reconocer a Jericó”, este es el motivo por el que “Josué salvó la vida a Rahab la ramera, y a la casa de su padre, y a todo lo que ella tenía».[2] Rut la moabita hizo algo que seguramente debió ser “impropio”: “Y cuando Booz hubo comido y bebido… Entonces ella vino calladamente, y le descubrió los pies (un eufemismo para genitales en la Biblia hebrea) y se acostó”.[3] Finalmente, todos conocen la historia del adulterio de David con Betsabé, y claramente, como en todas las historias anteriores, una transgresión sexual es evidente aquí. Así pues, las cuatro mujeres están conectadas de alguna forma con relaciones sexuales ilícitas. ¿Por qué?
Probablemente habrán oído la expresión hebrea: “Tikkun Olam”, “reparando el mundo”. El uso documentado de este término data del antiguo periodo Mishnaic (aproximadamente 10-220 d.C.). Esto significa que el término y el concepto pueden haber existido en el tiempo de Jesús, y por lo tanto, para los escritores del Nuevo Testamento, la idea de revertir el mal en el mundo podría haber sido parte de su teología.
Una parte esencial de las últimas tradiciones judías es la creencia de que, cuando venga el Mesías, todas las cosas serán reparadas. Algunos textos judíos incluso dicen que un cerdo será kosher en el tiempo de la redención: (“¿Por qué el cerdo se llama chazir [en hebreo]? Porque en el futuro, Dios lo regresará [le-hachzir] a Israel”, (חזיר-להחזיר). Sin embargo, la única persona que podría reparar el mundo de una forma tan profunda, la única persona que podría revertir el mal y restaurar el orden divino del cielo y la tierra, es el Mesías. Así pues, llegamos a una razón muy probable detrás de incluir a estas cuatro mujeres en la genealogía de Jesús: el escritor se está asegurando de que sepamos que él escribe sobre el Mesías que provocará la reversión y la reparación del mal en este mundo.
[1] Mateo 1:17
[2] Josué 6:25
[3] Rut 3:7
Si les gustaron los artículos de este blog, también les gustarían mis libros, pueden obtenerlos en mi página: https://blog.israelbiblicalstudies.com/julia-blum/. También quisiera decirles que estoy preparando el libro con todos estos temas hebreos de la Torá, el libro muy pronto será publicado.
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