REGRESO A CANAÁN
Estamos de regreso con nuestro retrato bíblico —pero antes de llegar a la escena y al discurso de Judá, que no solo precede, sino que realmente causa la revelación de José, necesitaremos parar un momento en Canaán—. Retomaremos esta historia exactamente en donde la dejamos —dejamos a los hermanos en Canaán, asustados y confundidos—. Sí, ellos llevaron el grano a su casa, e incluso les fue devuelta la plata con la que pagaron, pero de alguna manera esta situación egipcia empieza a asociarse en sus corazones con esa historia de la venta de José, y aunque al principio Jacob enfáticamente rehúsa dar el permiso para que Benjamín vaya con ellos; como si terminara el problema por completo, creo que ellos sabían en sus corazones que esta historia estaba destinada a continuar.
Los paralelismos entre la venta de José y esta segunda parte de la historia son remarcables. Exactamente como en el capítulo 37, aparte de una voz anónima dirigida a todos los hermanos (Y dijeron el uno al otro…Génesis 37:19, Génesis 42:21), aquí escuchamos dos voces distintas. La primera pertenece a Rubén: “Y Rubén habló a su padre, diciendo: Harás morir a mis dos hijos, si no te lo devuelvo; entrégalo en mi mano, que yo lo devolveré a ti”. Estas palabras suenan bastante extrañas —después de todo, los hijos de Rubén son nietos de Jacob—. ¿Por qué querría Jacob matar a sus dos nietos? Acabamos de comentarlo, sin embargo, como un eco claro de la tragedia de Judá: si a los ojos de los hermanos, la muerte de los dos hijos de Judá fue juicio de Dios y castigo por no llevar a José de regreso, entonces podemos entender lo que Rubén en efecto está diciendo: Yo traeré de regreso a Benjamín, estoy listo para pagar el mismo precio.
Sin embargo, nada sucede después de este ruego emocional de Rubén —así como no sucede nada después de sus emotivas palabras en el capítulo 37—. Como en la historia de la venta de José, una vez más, es la voz de Judá la que viene a ser decisiva. Rubén parece tener buenas intenciones, pero no tiene el carácter para seguirlas —no tiene la autoridad para que sucedan—. En el capítulo 37, él quería salvar a José, pero no lo hizo —al final fue la voz de Judá la que marcó el destino de José—. En el capítulo 42 él quiere que Jacob deje que Benjamín vaya con ellos a Egipto, pero una vez más, nada sucede hasta que Judá interviene.
Es interesante que, a diferencia de Rubén, Judá no hace ningún ruego solemne, no jura —simplemente dice—: “Envía al joven conmigo, y nos levantaremos e iremos, a fin de que vivamos y no muramos nosotros”.[1] —pero una vez más, es después de su intervención que las cosas cambian—. A Judá se le ha dado esa autoridad desde el principio, y por eso, su voz es la que viene a ser decisiva y marca también la diferencia. Además, en hebreo podemos ver cómo esta sorprendente autoridad afecta a su padre. Después de las palabras de Judá, Israel (Jacob) dice: אִם־כֵּן אֵפֹוא – Si… es así. La palabra אֵפֹוא es una palabra innecesaria en hebreo, solo se usa para propósitos de estilo, y creo que aquí designa un proceso interno en el corazón de Jacob: aún así él no recibió ningún otro argumento razonable, después de las palabras de Judá lo vemos completamente convencido y obligado a dejar ir a Benjamín.
LA BÚSQUEDA
No creo que sea necesario entrar en detalles respecto a la narrativa (a propósito, uno de mis libros —If you are the Son of God— se basa en esta fascinante historia. Si estás interesado, puedes conseguirlo a través de mi página: https://blog.israelbiblicalstudies.com/julia-blum/ ). Todos sabrán que, junto con Benjamín, los hermanos regresaron a Egipto, y contrario a sus expectativas, todo resultó para bien —al menos en un principio—. Fue aún mejor después de que una vez más, ahora con Benjamín, llegaron y estuvieron delante de José. Él no solo habló con ellos en un tono más suave y amigable que antes, sino que también les invitó a comer con él, en donde los hermanos también se sentaron por orden, “el mayor conforme a su primogenitura, y el menor conforme a su menor edad; y estaban aquellos hombres atónitos mirándose el uno al otro” y una vez más tuvieron la impresión de que alguien allí presente les conocía y estaba informado de sus secretos “y estaban aquellos hombres atónitos mirándose el uno al otro”.[2]
Sabemos que al amanecer emprendieron el viaje de regreso, pero también sabemos que poco antes de que marchasen, José había ordenado a su mayordomo (para su gran desconcierto, imagino, así como para el desconcierto de aquellos que están leyendo estos capítulos por primera vez) poner su copa de plata dentro del saco de Benjamín. Luego leemos: “dijo José a su mayordomo: Levántate y sigue a esos hombres; y cuando los alcances, diles: ¿Por qué habéis vuelto mal por bien?… él los alcanzó”.[3]
Paremos aquí. Intenta imaginar lo que los once debían haber experimentado: anticipando ya su reunión con su padre y sus familiares; seguros ya de que todo había salido sin problemas y convenientemente; al final resulta que era tan solo como la continuación del juego del gato y el ratón de su primer encuentro. La mano, que le había permitido dar solo unos cuantos pasos, una vez los alcanzó: “Y buscó; desde el mayor comenzó, y acabó en el menor».[4] Intentar imaginarlos durante la búsqueda: jadeantes y enrojecidos, indignados con la injusticia total y sin fundamento para esta nueva acusación, sus corazones se llenaron con una mezcla de sentimientos de confusión, miedo, ofensa y triunfo sobre la prueba de inocencia de cada uno. Ahora casi todo estaba superado, solo un momento más y al final les dejarían ir y podrían marcharse de regreso a su hogar otra vez, lejos de ese extraño lugar donde evidentemente algo misterioso se estaba moviendo, lejos de esa siniestra persona que por alguna razón causaba que sus corazones temblasen al recordar el crimen que perpetraron mucho tiempo atrás. Solo un minuto más, solo el saco de Benjamín queda por registrar, y él por supuesto es el menor, el más puro entre ellos, más inocente incluso de lo que ellos eran culpables —¿hay alguna necesidad de registrar su saco también?— Moviéndose nervioso por la impaciencia, cada hermano ha vuelto a cargar su asno. Están casi a punto de emprender el viaje de regreso —rápido, deprisa, vamos ya—… ¿qué está pasando? ¿Qué? Se escucha un grito de terror multiplicado por diez al final del versículo 12: “y la copa fue hallada en el costal de Benjamín”—y solo Benjamín es quien se queda sin palabras y no dice ninguna palabra propia—.
Este es un punto crítico en la narrativa, porque a partir de ahora, la historia se convierte en la historia de Judá y sus hermanos. La próxima vez, en nuestro artículo final sobre Judá, descubriremos lo que hay detrás.
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[1] Génesis 43:8,9
[2] Génesis 43:33
[3] Génesis 44:4-6
[4] Génesis 44:12
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